miércoles, enero 22, 2003

Se fueron de mi casa a la cuatro de la mañana. Minutos antes, Óscar se había querido ligar, sin fortuna, al Fuc. Pero después de que Oscarito-gay-desatado bailara no sólo con el Fuc sino también con el Olis, decidió hacer una luchita más osada.

–Quiero olerte –le dijo al Fuc.

–Huéleme –asintió éste acercándose sólo un poco, desconfiado.

–No –le replicó Óscar–. Quiero olerte el sobaco.

El Fuc, sin quitarse la camisa o algo así, se cambió de silla y siguió con la plática. Óscar contratacó.

–Ayúdame a tener un orgasmo –el pobre Fukín buscó nuestras miradas sin éxito; entonces Óscar prosiguió–. Deténme esto.

La siguiente escena he dudado mucho en contarla porque no sé a cuál de los dos desprestigiaría, pero lo haré, a saber: el Fuc sosteniendo una cucharita con dip de tocino y queso, mientras a Óscar se le ponían los ojos en blanco. No sé qué hubiera sido de mi casa si acto seguido no los corro. Antes de que saliera el Frucsi, lo contuve y le dije “Te voy a salvar”. Lo escondí en la oscuridad. Mientras tanto Oscarito ya había regresado y me preguntaba angustiado “¿Dónde está el chiquito, dónde está el chiquito?” Ante el pavor de que se quedara en mi casa y me viera involucrado en un menage a trois del que no tenía ganas participar, se lo di. Sin embargo, un alma caritativa lo salvó de último momento: Jermoc, quien había traído al Óscar, se lo llevó a regañadientes. Así, el pobre Fruc se fue con Sotol en una nave y el Olis en otra. La idea era que el Olis siguiera a Sotol hasta su casa y después ellos se las arreglaran. Minutos después sentí que había hecho mal en correrlos y hablé al celular de Sotol para pedir una disculpa. Dejé el mensaje. Cuando estaba por acostarme sonó el teléfono; era ella. Preguntó qué quería y sin esperar respuesta me pasó al Fucs, quien sólo dijo “qué hongo, güey? y ya, pero no colgó y dejó el celulairo vaya usté a saber dónde. Entonces grité y gruñí para que me contestaran, pero nadie lo hizo: sólo escuchaba su intento de plática. Lo que contaré a continuación duró aproximadamente media hora, pero por razones de pudor, espacio y respeto a la embriaguez de los demás no lo diré. Pero va un resumen.

–No mames –dijo el Fuc–. No veo al Olis.

–Viene allá atrás –contestó Sotol.

–No, espérate. Parece que lo apañó la tira.

–No creo.

–No, de veras.

–Mira, güey, sólo los pendejos se paran cuando una trulla te dice que lo hagas. Así que vamos a esperarlo a su casa. Seguro no tarda en llegar.

La noche tuvimos que reconstruirla al día siguiente con unos caldos de camarón y unos pulquetes de por medio.
El Fucineroso afirmó que Sotol se subió a tres camellones y salían chispas de los rines cada vez que chocaba con una banqueta. Dijo, además, que ya en casa del Olis, mientras lo esperaban, percibió una tercera presencia en el auto. Revisaron la cajuela: no había ningún muerto. Fue hasta que notaron un ligero murmullo proveniente del asiento de atrás, que descubrieron que yo seguía ahí, como el pinche dinosaurio, pues. La versión del Olis, aunque tampoco era una visión total, fue acaso las más objetiva. “Sotol rebasó sin importarle a tres patrullas en fila . Como sabía que si no los detenía se iban a partir la madre, la seguí a la misma velocidad, tocándoles el claxon y, por supuesto, rebasando a las mismas patrullas. Una me orilló a la orilla y le dije que me llevaran a la delegación. Después de un estira y afloja entre ellos, aceptaron los únicos cincuenta varos que traía”. Días más tarde, Sotol concluyó la reconstrucción de los hechos con un “No mames, le acababa de poner mil varos a mi teléfono y de buenas a primeras ya no tengo nada”. Sea.

Aun cuando tratemos de alejar el alcohol de nuestras vidas, éste llega como en busca de un reducto acogedor y bienaventurado, que son las gargantas profundas de los hechos a sí mismos y juntados por Dios. Y a éste último ahora también le agradezco que el próximo mes se vaya a llevar al FucK a Holanda, al Olis a Inglaterra y al Jermoc a Alemania. Déjalos ahí mucho tiempo, ¡Oh, Señor mío!, que ya brindaré a tu salud.

CAS

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