Happy new year
Cuando está por terminar un año hay que mostrarse optimistas para lo que venga en el siguiente. En otras palabras: es un parteaguas obligatorio que condiciona un antes y un después, aunque el énfasis siempre será en el después. Nadie mira hacia atrás y cuestiona qué pasó en el año agonizante, pues ya se fue y no vale la pena lamentarse por el pasado; además de que, según recomiendan los entendidos, hay que ver sin cesar hacia delante, lo cual no deja de ser una sabia sugerencia. Entonces se pasa a la etapa de los buenos deseos y los propósitos bienaventurados, como decir voy a bajar de peso, ahora sí estudiaré mucho o no pasa de este año en que deje de ser virgen. Lo normal es que ninguno de estos objetivos se cumpla cabalmente, no importa que uno se empeñe en pensar que “no más la puntita” sea ya una suerte de primera relación sexual.
Los parabienes, empero, son necesarios, pues así habrá más tranquilidad en nuestras vidas. Es un compromiso adquirido con el destino para que éste no vaya a hacernos una mala jugada. En ese tenor, resulta también atractivo saber qué les desea la gente famosa a nosotros los mortales, pues sabemos que nos tienen en mente y piensan en nosotros. Si José José le desea paz y alegría a todos los niños del mundo, es una actitud loable que hay que aplaudir. Por cierto, todo famoso quiere que los niños sean felices; los pequeños, sin duda, se entusiasman mucho y piensan que así será. El gusto, por lo menos en el ochenta por ciento de los niños en este país, les durará exactamente seis días, ya que los Reyes Magos no les dejarán nada en sus zapatos. La conclusión es irrevocable: José José es un farsante. Sin embargo es lo que funciona. ¿Qué político, por ejemplo, no ha besado a un niño a la luz de miles de cámaras?
Lo mejor de este asunto del año nuevo son las supersticiones al respecto. Existe la creencia de que si uno sale a la calle con un par de valijas y se da una vuelta a la manzana corriendo como loquito, ése será un año lleno de viajes. Por lo general funciona si se está dispuesto a aceptar que las idas a Tepoztlán son también viajes. En otro orden de ideas, un sector muy distintivo de la sociedad está convencido de que si uno inicia el año con calzones rojos, algo muy bueno sucederá a lo largo de todos y cada uno de los doce meses siguientes. En realidad no sé bien a bien qué es eso “algo muy bueno” porque se me acaba de olvidar, pero lo cierto es que por lo menos en lo que a mí respecta ese “algo” tiene que ver con un asunto lujurioso y lascivo. ¡Por Dios, si hablamos de calzones rojos!, necesariamente debe de tratarse de una perversión.
La despedida de los años, más allá de que pareciera un sino eterno entre la humanidad, pues ocurre –válgaseme la redundancia- cada año, conlleva a otras situaciones trascendentales que no hay que pasar por alto. Algunas de ellas son la cena obligatoria y el consabido abrazo. Puede tratarse de romeritos o bacalao, pero aquí lo importante es que son los romeritos o bacalao del año nuevo, con lo cual el platillo adquiere una dimensión distinta, un plus, pues no es lo mismo comerlo en esa época que en cualquier otro día que el Señor ha tenido a bien incluir en el calendario. El pasaje más agreste de la velada es el de las uvas: hay que comer una con cada campanada. A menos de que uno sea de garganta profunda, es muy difícil obtener éxito en esta empresa y normalmente queda una especie de mermelada de uva en la que el azúcar es sustituida por jugos gástricos y saliva fermentada. Los abrazos posteriores son para que uno se diga que este año será muy bueno, cosas así como vas a ver que no pierdes tu trabajo, ahora sí encontrarás marido, mijita o con Fox salimos de ésta. Son puras mentiras, pero dichas con muy buena voluntad y con las uno puede vivir hasta el próximo diciembre 31, que es cuando se tienen que escuchar las nuevas. Yo, sin embargo, durante el episodio de los abrazos no dejo de pensar en Acatempan, y por si acaso escondo los cuchillos. Estas veladas suelen terminar al amanecer con una fase terminal conocida por los puristas como melopea y por la gente normal como peda. De hecho, hay un récord Guiness para el primero de enero, que es el día en que más crudos hay en el mundo al mismo tiempo.
Por último, está la cuestión de los presagios y vaticinios apocalípticos, como que el mundo, por aquello del nuevo milenio, se acabará tan pronto den las doce de la noche. Hay una sociedad secreta al mando de Jaimito Maussan, que maneja información clasificada y en donde sostienen la tesis de que en junio próximo algún extraterrestre tomará el té con uno de nosotros. A propósito, me viene a la mente aquella vez cuando al maestro Orson Wells se le ocurrió decir en la cadena radial de la CBS, que a las ocho en punto de la noche los marcianos habían aterrizado en Nueva Jersey. De inmediato la carretera Nueva York-Filadelfia se congestionó y los hospitales fueron saturados de gente que había sufrido infartos o síncopes repentinos. Con esta sencilla maniobra, propia sólo de los genios, Wells se convirtió en una celebridad nacional.
Los años nuevos siempre serán bien recibidos y lo último que se piensa es que uno envejece. Aunque algo sumamente curioso, que por lo demás debe de tener una explicación científica, es que cada vez el tiempo pasa más rápido, como si uno no se hubiera parado de esa mesa en la que comió pierna al horno o ensalada de manzana. Es la ley del eterno retorno. En todo caso, los ciclos en la vida siempre serán necesarios, y los años dan la pauta para que así sea. No importa que los propósitos para los meses que vienen no se cumplan; sólo los aburridos los realizan. Sin embargo, es halagüeño este asidero momentáneo de buenas voluntades, pues casi nunca es así. Al final lo que cuenta en la vida es al amor al prójimo, al que se le desean siempre tiempos mejores; también, desde luego, hay que anhelar el fin de la ignominia mundial y que los niños no se mueran de hambre; por último, que México transite de una vez por todas y en serio a la democracia, que a Robert Downey Jr. no lo metan otra vez a la cárcel y que el Cruz Azul gane un nuevo campeonato.
CAS
viernes, enero 03, 2003
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