Sobre la mentira
Dios nunca supo en qué lío se metía cuando creó a Adán y a Eva. De saberlo se habría conformado con algunas especies animales, una docena de plantas exóticas y un par de amplios y bienaventurados oceanos. Pero se equivocó, y ni modo, aquí estamos. Es evidente que tampoco consideró la posibilidad de que la raza humana fuera imperfecta, por más que se haya esforzado en ocultarlo. En Memorial del convento de José Saramago, Bartolomeu Lourenço, alias “El volador”, afirmaba que Dios era manco de la mano izquierda, de tal forma que la creación del universo la hizo exclusivamente con la derecha. Por eso al hablar de temas religiosos, pero sobre todo de la Iglesia como institución, se piensa en el lado derecho. Sin embargo, aun con una sola mano, Dios sigue y seguirá siendo Dios.
La imperfección humana queda evidenciada, entre otros muchos aspectos, por una característica ambigua: la tendencia a mentir. Es de sobra sabido que una mentira, desde la mirada convencional de las cosas, es una actividad que encierra cualidades peyorativas, es decir, es mala. Eso es lo que dicen los padres de familia, aun cuando sean éstos mismos los primeros en provocarla al esconderle la verdad a sus hijos respecto de Santa Claus, los reyes magos o el ratón que viene por los dientes que el niño muda. Sobre el tema, no sé qué tortura más cruel haya que ésta: sólo de pensar que un roedor de ésos anda merodeando mi almohada hace que el estómago se me ensucie. Considerar por lo mismo que la mentira es mala nos llevaría a otra conclusión de naturaleza indiscutible: si ésta es una cualidad ineludible del ser humano (porque no hay un solo infeliz que haya pasado por este planeta sin hacerlo) entonces el hombre es, por extensión, malo. Y es cierto, aunque el Tío Gamboín dijera siempre lo contrario.
Entonces, ¿es mala la mentira? Si partimos de la base de que sí, plantearíamos, en ese tenor, que toda la tradición literaria también lo es, pues estamos de acuerdo que la creación escrita es el arte de mentir. ¿Quién diablos es don Quijote más que un insano caballero de triste figura salido de la mente inmunda de otro manco? ¿Existió Napoleón? Eso es lo que dicen los libros, pero ahora mismo no hay ninguna persona que haya bebido una copa con él. La historia es mentira, también la religión; la filosofía, las matemáticas, el aire que respiramos y hasta Bambi son viles y vulgares falsedades. Aunque hay, claro, de mentiras a mentiras: sabemos que Supermán es más fuerte que Superratón porque el primero es real y el segundo es sólo una caricatura.
Todo mundo miente en mayor o en menor medida, aunque haya inocentes que aseguren no haberlo hecho, pues son castos y puros. Y está bien, de ingenuos también está lleno el mundo, y a veces hacen falta. No obstante, las calumnias e infundios, para usar un lenguaje ad hoc con el de la abogacía –tan desprestigiada en la actualidad- se realizan cotidianamente y sin que nos demos cuenta. Hace algunos años impartía un taller de ensayo literario. Como comentario al margen, aunque no esté al margen, diré que, siguiendo el consejo del maestro Norbert Elias, el primer día de cualquier clase que imparto llevó conmigo una reproducción fidedigna del cerebro humano, pues es importante que el alumno entienda bien a bien qué tiene en su sesera, y cómo funciona, para que pueda trabajarla a plenitud. Desde luego, muchos se sorprenden de tener cosas tan feas en sus cuerpecitos. Un día les pedí que escribieran un ensayo sobre la mentira. ¿Sobre qué? Sobre la mentira, amigo. ¿Acaso no sabes lo que es? Sí pero... Pero nada. ¿Has mentido alguna vez? Pues... pues (a estas alturas el alumno se ha ruborizado y mira a los demás para que le ayuden a escupir lo inevitable. Nadie lo auxilia: todos están observando el techo)... pues sí. Entonces hay que escribir un ensayo sobre la mentira, ¿o es que se puede mentir sin saber lo que es?
El saldo, por lo general, fue favorable. He tallereado varios textos memorables. En particular recuerdo el de una muchacha que se aventó un ensayo sobre las mentiras en la cocina, especialmente al nombrar los platillos. Así, enunció falacias como las Enchiladas Suizas, nombre que si ve un distinguido helvético bien podría iniciar una demanda contra el país; o el famoso Pan fránces, que sólo es famoso en México y que no deja de ser mero eufemismo. Por último aludió al café americano, e hizo un comentario acerca de un compatriota que pidió uno en una cafetería de Houston. Hasta hoy en Texas se habla del record Guiness que rompieron los meseros de ese lugar por reírse casi un día seguido.
Salvo los animales y las plantas, todos los demás mentimos en esta vida. Pero también, empero, hay que matizar algunos casos. Tengo un excelente amigo, al que llamaré Cyrano de la Condesa para asignarle rasgos de carácter y no balconearlo, que es un mentiroso en potencia, dicho de otro modo, es un profesional. Tiene una insólita aptitud para hacerse creer a cada instante, aun cuando se sepa de antemano que está mintiendo. Hace de la realidad una ficción constante y es acaso ahí donde reside su atractivo, pues él es el primero en creerla. De mí cuenta la historia de cuando nos conocimos; es desde luego falsa, pero de tantas veces que la ha contado ya pienso que en realidad fue así, independientemente de que le agregue un ingrediente ficticio adicional, como que estuve a punto de golpearlo con una botella de cerveza en un tugurio de ficheras. Si dice llego a las ocho, está claro que llega a la diez, siempre con un pretexto bien puesto que a la postre es irrefutable. Cuando intenta decir algo cierto, fracasa invariablemente y no puede dejar de inventar algún descabellado enredo, a veces sin que venga al caso. Además es filósofo y da clases en la UNAM. He estado tentado a ir a decirles a sus alumnos que su maestro es un charlatán, que no le crean nada, que Heidegger no es como lo pinta ese miserable; pero siempre mi pudor me lo impide. En fin, uno podrá pensar cómo se puede tener a un amigo así. Pues sí, yo tampoco lo sé, aunque lo único que me queda claro es aquello del lío en el que se metió Dios cuando creó a Adán, Eva y acaso también a Cyrano de la Condesa.
CAS
miércoles, enero 15, 2003
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