jueves, enero 30, 2003

Atracos domésticos

Que a uno lo asalten, lo vejen y hasta que le reconozcan la nalga con lujo de detalle en busca de la cartera, es el pan de todos los días en esta ciudad. Y uno puede estarse tranquilo, pues si se está dispuesto a aceptar con sabiduría esa cotidianidad, los robos ya no llegan por sorpresa. La cosa es planificarlos y decir, por ejemplo, este año seré asaltado cuatro veces, lo cual significa tanto dinero, mismo que guardaré en un lugar seguro y le pondré una pequeña inscripción que diga “para el señor ladrón”. Y entonces hay que sentirse bien cuando llega el momento, pues uno sabrá que el tiempo dedicado a la planeación no habrá sido en balde. Dicho sea de paso, el tiempo también es susceptible de ser atracado: cuando alguien me dice “mi tiempo es oro”, hago hasta lo imposible por despojar al afortunado aunque sea de treinta segunditos de su tiempo y poder pagar mi renta.

Sin embargo, cuando los ladrones salen de las expectativas, la cosa se pone color de hormiga, en particular cuando los cacos son los amigos. Varias veces he estado con alguno que roba nada más por robar, como esa amiga inglesa que no puede salir de ningún tugurio sin haberse colocado diligentemente un caballito de tequila o un cenicero en la bolsa del pantalón. Lo curioso es que al salir siempre lo regala a alguien. Éstos, me parece, son casos discretos que uno puede sobrellevar, y hasta aplaudir. Pero no lo son todos los que tienden al exceso, como robarse las tapas de los excusados de algún antro gay. Cuando vimos salir a nuestro amigo de ese insigne baño, caminando como hombre-recién-bajado-de-un-caballo, temimos lo peor. Después supimos que caminaba así porque la tapa en el pantalón le estorbaba un poco.

El grave problema de todo lo anterior es cuando uno se convierte en víctima de sus propios cuates. Aquí ya no hablaríamos de cinismo sino de naturalidad. Cuando mis amigos vienen a la casa lo normal es que salgan con algo que les gustó: una foto, un libro o el caset fundamental de las fiestas (sí, ese que vale todo el oro del mundo y que uno, a su vez, se ha robado de otra casa). “¿Me prestas esto?” equivale a que yo no vuelva a ver “eso” en la vida. Aunque también, he de confesar, en muchas ocasiones el culpable he sido yo. ¡A quién se le ocurre enseñarle un maravilloso libro de foto a un fotógrafo! Es obvio que nunca lo regresará, mucho menos si uno se lo presta acompañado de ese fundamental disco de Lasa de Sela. Digamos que es la mezcla perfecta para que un fotógrafo se enamore ipso facto.

Con los libros sucede similar. Se quiere ser buena gente y contribuir a la justa causa de ensanchar el conocimiento. La relación de los libros robados con los ladrones es irrebatible. Así, El sonido y la furia de Faulkner me lo robó un astrólogo, Crimen Delicioso de Mendel lo tiene un filósofo, En busca de Klingsor de Volpi está en casa de un matemático (aunque ya le dije que se lo obsequio), El canon occidental de Bloom fue hurtado por un historiador (los historiadores, claro, siempre se están cultivando y descubriendo nuevos horizontes) y una antología de Poesía mexicana la sustrajo de mi biblioteca una ex (creo que así les dicen a las mujeres que fueron de uno y ya no lo son).

En realidad no me importa mucho que me atraquen los amigos, pues yo puedo hacer lo mismo cuando voy a sus casas. Los objetos robados son en el fondo intrascendentes. Sin problema se pueden llevar caballitos de tequila, ceniceros de bodas, libros de cocina, revistas porno o botellitas de vodka polaco. No obstante, un día sentí que verdaderamente me habían robado algo. Estaba a punto de preparar una vinagreta para ensalada. Cuando busqué la pimienta para darle el toque final al aderezo, ésta no estaba en su lugar. Había desaparecido; alguien me la había robado. No dormí en varias noches e incluso llegué a consultar a un especialista en brujería para descartar la posibilidad de que alguien me estuviera haciendo vudú. Al cabo e unos días las cosas volvieron a la normalidad, aunque tuve una enseñanza elemental de esa experiencia: las pimientas siempre hay que tenerlas bajo llave.

CAS

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