Hablaré de los domingos por última vez. Aunque es el día más odiado por la gente, a mi me gustan a medias, es decir, hasta las seis de la tarde. En las mañanas no hay como leer el periódico antes de que empiecen los partidos, esto es, a mediodía. Entonces vienen las cervezas y las botanas, que hay que revalidar al mediotiempo, el estadio temporal más pernicioso que existe. Durante algunos años tuve una columna en La Jornada Morelos que se llamaba "Entretiempo" y estaba diseñada ex profeso para ser leída en los quince minutos de descanso de los partidos dominicales y, así, contribuir a que ese tiempo muerto fuera un poco más halagüeño. Los partidos terminan a las seis y ahí es cuando la cosa se pone color de hormiga. En particular tengo un trauma psicológico de la niñez que todavía no trasciendo: a esa hora mi mamá nos obligaba a mis hermanas y a mí a ir a misa a la iglesia Gualupita, que estaba cerca de la casa. Desde entonces las seis de la tarde de los domingos se convirtió en el instante más aciago de mi vida, no sólo porque al día siguiente había escuela sino porque además tenía que escuchar a un padre de 240 años y al que se le salía la dentadura cada vez que decía "amén". Así fue como odié a Dios y los intentos de mi madre para que yo fuera católico fracasaron. Ir a misa es como comer chayotes: cuando niño siempre te obligan a ir o a comértelos y cuando adulto, ni vas y eres considerado una suerte de hereje ni te los comes, sin importar que el chayote deje de ser verde y tenga numeritos y caras variadas como principal característica . Ahora, a las seis de la tarde de todos los domingos me da comezón en la axilas.
Decir, de nuevo, que los domingos son odiados es un lugar común, a pesar incluso de que Sarte y Camus se hayan devanado los sesos para argumentar cuál domingo era peor, si el don Albert o el de monseuir Jean Paul. En fin, cuando uno llega a los treinta, quizás la dinámica del último día de la semana varía un poquitín, y lo ideal es verse el dedo gordo del pie mientra uno se cura la peda del día anterior, como ayer, pues. La cosa es que me puse hasta la madre y durante doce horas no pude levantarme, ni siquiera para prender la computadora; lo único bueno fue que tenía el control de la televisión a un lado y sólo tuve que mover un dedo. El zapping es la religión por antonomasia del siglo XXI. Antier Sifuentes por fin me regaló sus Pilotos infernales, pero faltó la dedicatoria para que luego no digan que lo compré. Ya veremos qué tal.
CAS
lunes, enero 06, 2003
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