viernes, febrero 07, 2003

De cómo hay animales osados en la vida y de cómo se sufre para sacarles la jalea

Un día en la noche, llegando a la casa de Cuernavaca, salió mi mamá gritando, muy espantada, y diciendo que en el jardín había un tlacuache, una zarigüeya. Para los iniciados, un tlacuache es una rata inmunda que normalmente mide más de cincuenta centímetros y que abunda en Morelos. No tuve más remedio que tomar mi viejo bat de beisbol e ir tras el intruso. Lo encontré de inmediato: el desgraciado yacía boca arriba con los dientes de fuera. Cuando regresé al lugar de los hechos con una bolsa para irlo a tirar, el tlacuache ya no estaba. La razón: estos animalitos tienen la peculiaridad de “hacerse los muertos” para que nadie les haga nada. Como son lo suficientemente lentos para que una tortuga los rebase sin esfuerzo, tienen la extraña cualidad de dejar de respirar cuando saben que hay peligro. Así, en el menor descuido y aun con su lentitud, logran escapar.

También existen los animales que uno no sabe si son valientes o estúpidos, pues aun cuando uno sea 56 veces mayor que ellos, desafían al contrincante de manera muy ufana. Así fue con aquel ratón que osó desafiarme en la alacena de la casa. Lo vi, me vio; me siguió viendo y yo sostuve la mirada; después de dos minutos pensé que la situación era ridícula y tomé un sartén; brincó a mi cara y me di un sartenazo de época. Así empezó una de las batallas más sublimes de las que tenga memoria. No pude soportar la insolencia del ratón, sobre todo porque sabía que en el fondo se burlaba de mí. Después de algunos minutos de contienda el ratón murió, heroica y valerosamente -lo reconozco- de un sartenazo bien colocado a la altura de las costillas.

Sin embargo el combate más sanguinario y difícil que tuve vino después. Un día, antes de meterme en la cama, vi en el techo una mariposa negra. Pensé que con un buen periodicazo me desharía de ella, lo cual, segundos después, supe que había sido un memorable error. Fallé en mi primer intento y la mariposa se reposicionó para iniciar su embate, una respuesta sin duda inesperada por un servidor. Cuando la vi en un lugar que me quedaba ad hoc para liquidarla, entendí por qué todos los animales negros son aves de mal agüero, si se me permite la licencia de la redundancia. La mariposa me vio, calculó mi pasó que seguramente era rocambolesco y se dejó venir sobre mi rostro. Pocas veces sentí tanto miedo. Uno está acostumbrado a matar insectos, pero nunca a que éstos ataquen abiertamente así como así. Logré esquivarla y, habiendo dejado atrás la impresión inicial, me di cuenta de que uno de los dos tendría que morir. La mariposa continuó sus embestidas durante bastante tiempo y no se dejaba recibir ni un pequeñito periodicazo. Después de una riña de media hora, supongo que la mariposa se cansó y ahora sí pude conectarla bien. Cayó, según constan mis recuerdos, en cámara lenta; yo no pude más que lamentar su muerte: había derrotado a un guerrero.

Como colofón, la supervivencia se da en todos los ámbitos de la vida. Sin importar el rival, la lucha es eterna.

CAS

No hay comentarios.: