martes, febrero 04, 2003

Eufemismos a la mexicana

Tengo un amigo que cuando tiene ganas de ir al baño suele preguntar: “disculpe, ¿dónde están los eufemismos?” Quien entiende la pregunta responde con otra frase en clave: “al fondo a la derecha”, aun cuando los sanitarios están al fondo a la izquierda. Para los que somos de este país este tipo de comentarios suenan habituales, pues son necesarios para entendernos. La situación tiene, por lo demás, una buena dosis de masoquismo. Si alguien dice “pásame el ese que está sobre el dese”, no hay fuerza en la tierra que nos impida quebrarnos la cabeza pensando qué son esos “desos”, en lugar de sensatamente preguntar al interlocutor. También, por otro lado, cuando un hispanoparlante de otro país escucha que decimos “¿mande?”, no duda un instante en considerar que por razones naturales México fue el país más sometido en la Colonia. Claro, hay casos extremos, como el de aquellas personas que no sólo dicen “mande”, sino que lo matizan muy seguras de sí mismas con un “mándeme, usted”; no sólo piden que les ordenen, además lo ruegan.

Esa manera de articular el discurso tan propia de los mexicanos tiene que ver con la misma forma mezquina de relacionarnos: guardando las apariencias y evitando al máximo que el otro vaya a ofenderse. Cuando le decimos a un chileno “a ver si comemos el próximo sábado”, tenga usted por seguro que tendrá un amigo menos, pues –doble contra sencillo- lo habrá dejado plantado. “Nos hablamos”, decimos sin mesura alguna; desde luego, no faltará el que se vaya a la tumba esperando la anunciada llamada. Tratamos de suavizar absolutamente todo, incluso lo que no se puede. Siempre que un taxista dice “son cincuenta pesitos, mi jefe”, el bellaco cree que por decirnos en diminutivo cuanto nos está robando vamos a pagar menos. He estado tentado a traer unos de esos billetitos del Turista Mundial para la próxima vez darles sus pesitos; a un extranjero que turistea por nuestro país, seguramente le causará dudas eso de “jefe” y pensará que en dónde le habrá visto las plumas.

Con las cuestiones fisiológicas sucede parecido. Difícilmente escuchamos a una mujer mexicana decir tengo la menstruación o estoy menstruando, como debería de ser; normalmente dicen “estoy en mis días”, “hoy no puedo meterme a la alberca” o “tengo la regla”. Ante esto, una persona extranjera que probablemente no entienda nada, pensará que esa mujer está en sus días de asueto, que simplemente tiene celulitis o que no se trata de una mujer sino de un hombre que tiene literalmente una regla debajo de la falda.

Los eufemismos mexicanos no dejan de causar problemas de comunicación para los demás; por lo general los códigos son polarizados. Cuando decimos “Con todo respeto, pero...”, sabemos que esa frase inicial es el escudo necesario que impide recibir ipso facto un volado al mentón. Las frases cotidianas como “no es por ofenderlo”, “quizás no sea el indicado para decirlo”, “está mal que yo lo diga”, “si yo fuera usted” o hasta “no es que peque de inmodestia ni mucho menos” son enunciados que evitan que el otro se enoje, aun cuando todas estén acompañadas de un inefable pero; es más, normalmente alabamos su sinceridad, inclusive si nos dicen algo que no queremos saber. Si alguien se disculpa por adelantado entonces no queda otra que aceptar el ramalazo con imperiosa devoción.

En el cuento “Nuevas memorias de Adriano”, el peruano Alfredo Bryce Echenique realiza una radiografía casi exacta de la ambigüedad mexicana. Adriano es un venezolano que llega a México y no puede abandonar el valium por las frases que lo atosigan en su recorrido. Mientras pasea por la ciudad, encuentra anuncios que dicen cosas como “Corona, la mejor cerveza de barril en botella” o señalizaciones viales como “Se prohibe a materialistas detenerse en lo absoluto”. Adriano decide definitivamente regresar a su país después de escuchar que, en un discurso, el presidente de México en turno decía: “Compatriotas, estamos al borde del abismo. Hay, pues, que dar un paso al frente”.

CAS

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