Mujeres que saben futbol
La guerra de Troya empezó por una mujer; según se decía, el ser más bello del que se tenga memoria. También, hay que decirlo, el robo de Helena fue provocado por unas cuantas diosas, mujeres desde luego, que nunca se pusieron de acuerdo para saber quién era la más hermosa, cosa que en el fondo la tradición cultural occidental agradece: de no haber sido así, La Iliada no hubiera existido y la sabiduría popular, esa que alude todos los días —sin saberlo— a la manzana de la discordia, sería más pobre. De ahí uno supone que la presencia femenina en la historia es determinante cada segundo que transcurre; una historia que tiene su origen en uno de los personajes más seductores que existen: Eva. Sin ella, los humanos no conoceríamos los vicios y maledicencias de la pasión; mucho menos el sabor etéreo de las manzanas. Pero por Eva se conoce, y no estaría mal construirle una estatua que dijera “Para la verdadera madre de todos los vicios”. Aunque se considerara hereje al hacedor, estimo que valdría la pena. Honor a quien honor merece.
Entre la humanidad hay realidades ostensibles que son difíciles de obviar. Por eso, la pregunta en este momento es la siguiente, ¿sería una mujer en la actualidad capaz de causar tantas muertes como las que hubo entre troyanos y aqueos? Es notorio que sí. Y no solamente provocarla, sino que es posible que su propia muerte desemboque en una faramalla irrefrenable de acontecimientos sibilinos o curiosos. El caso de Lady Di(ed) es evidente; varios meses después de su trágica muerte, se seguía hablando del accidente y grupos de gordas inglesas visitaban su tumba cada semana para decir entre lágrimas “oh, sweatheart!”
Un día que llegué a dar mi clase semanal, en la que dicho sea de paso tengo puras alumnas, una de ellas me dijo, “Carlos, ¿sabes qué día es hoy?” Estuve a punto de decir que el día en que el Azul jugaba en la Libertadores, pero para no arriesgar de más sólo moví la cabeza negativamente. “Pues es El Día Internacional de la Mujer”. Hubo un silencio incómodo, me miraron expectantes y, obvio, supe qué esperaban de mí. “Felicidades”, proferí un poco molesto, para después pasar a hablar de Thomas Mann. Sólo espero que a la ONU, o a uno de esos oscuros organismos, se les ocurra rápidamente inventar el Día Internacional del Hombre.
Esa segregación genérica es de entrada desequilibrada. Siempre se hablará de literatura de mujeres y nunca de literatura de hombres; los chistes homófobos son celebrados por ambos géneros y los misóginos sólo por los hombres, pues son catalogados comentarios machistas. Así, el gran aforismo de Jules Renard, “si alguna vez muero por una mujer será de risa”, no dejará de ser en muchos ojos un atentado a la integridad femenina. Creo, por lo demás, que al hablar de mujeres no hay que hacerlo con la intención de alumbrar ángeles indulgentes o demonios enmascarados, ni reflexionar en torno a doncellas mártires o arpías obscenas. Una mujer es una mujer, y sanseacabó; no son ni buenas ni malas.
No obstante, hay preferencias para todo. Para mí los personajes femeninos más maravillosos de la literatura son la Sanseverina y La Maga, y a quien más odio es a Emma Bovary; asimismo, de nuevo cuestión de gustos, yo me enamoraría de una mujer que supiera una pizca de futbol, de la misma manera que ella demandara que el susodicho tuviera una mínima noción de la cocina.
CAS
lunes, febrero 03, 2003
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