martes, febrero 11, 2003

Simplemente para que las cosas sean más claras, diré lo siguiente: en la vida hay bebedores profesionales y amateurs. No es que peque de inmodestia ni mucho menos, pero yo me encuentro en los primeros. Pero para llegar a esa categoría me he pasado varios años entrenándome y me ha costado mujeres, trabajos y familia. Así que hay que estar dispuesto a eso si es que se quiere cambiar de nivel. Lo anterior viene a colación por lo que pasó ayer. El Olis y yo después de pasar toda la tarde corrigiendo una novela y tomando agua mineral, decidimos -a eso de las ocho de la noche- empezar con los alipuces. Comenzamos con las bebidas azules (para los iniciados, ron con Gatorade azul). A las diez se había acabado la botella, misma hora en la que llegó Nicoménicus; seguimos con la bebida azul con otro medio ron. Después, como trago de tránsito, nos echamos unas Castas, un par por piocha, para posteriormente llegar al whisky. A la una el pomo estaba vacío y mandamos al Olis a la tiendita de la esquina por otro ron. Sobra decirlo, pero para evitar confusiones hay que recalcar que estábamos chupando tranquilos. Tranquilos hasta que Nicoménicus, que entra a trabajar a las nueve de la mañana de todos los días del señor, y no por responsable sino porque su estado era tan catastrófico que ya no podía acomodar las sílabas ni poner una al lado de la otra, se fue a dormir. Lo aceptamos con calma, aun a pesar de que llevábamos un pomo más que él. El Olis y yo seguimos chupando tranquilos y hablando de mujeres perversas. Incluso terminamos el ron y, por fortuna, todavía me encontré una Caguama en el refrigerador. Fue en este momento cuando las teorías se confirmaron: Nicoménicus dejó la cama y se dirigió, como alma que lleva al Diablo, al inodoro. No llegó. Son las 11 de la mañana y hasta ahora termino de recoger los últimos pedacitos de papas Sabritas que formaban parte de una guácara prodigiosa, horas antes depositada con suma diligencia sobre mi alfombra verde. De nuevo, hay profesionales y amateurs. De cualquier manera, agradezco que Nicoménicus no hubiera arrojado su regurgitación sobre mi cama; por lo demás, aun cuando le sucedan estas vicisitudes, Nico es nuestro alumno más avanzado. Echando a perder se aprende. Va.

CAS

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