Las vacaciones se terminaron y he regresado a dar mis clases. Como siempre, empecé diciéndoles a los alumnos que habían escogido la carrera equivocada, que se iban a morir de hambre, que todos los que quieren ser poetas están mal de la cabecita (tesis acompañada, desde luego, con la frase de Pedro Heríquez Ureña: "Todos escribimos poemas hasta los veinte años, después sólo los poetas). Les pregunté, además, si acaso tenían los ojos en el cogote como para no darse cuenta de que hoy día no existen financiamientos para abrir changarros ni de lectores ni de escritores, que no mamaran. Incluso los conminé a abrir un puesto de camisas en Tepito en lugar de ira tomar clases siniestras y estólidas. Hasta aquí todo indicaba que los estaba convenciendo, pero después de esto último --una memada, lo entendí después-- uno de ellos levantó la mano y dijo: "Maestro, yo vendo camisas en Tepito". Hubo un silencio incómodo que rompí con un "¡Ven, aprendan al compañero que no se duerme en sus laureles!" Terminé la clase vehementemente, con la frente en alto por mi vigoroso triunfo. Al salir uno de los alumnos dijo: "Entonces nos vemos la próxima semana, Carlos".
CAS
miércoles, agosto 20, 2003
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