lunes, agosto 11, 2003

Le bateau far

En París, enfrente de la Biblioteca Nacional de Francia (ese esperpento construido por Dominique Perrault en 1986 y que simula libros abiertos) hay un barco. Pero no es un barco cualquiera. Plagado de botes turísticos, el Sena alberga también un navío que en apariencia no tendría ninguna utilidad en un río: un barco faro. Y aunque puede pensarse que se trata de algún tipo de museo (hay que tratar de trascender la convención y entender que en París hay algo más que museos) el barco faro del Sena es un antro flotante donde han pasado los mejores dj's parisinos. La idea inicial fue de un colectivo que quería armar un lugar alternativo y barato para la banda underground de París. De hecho, a la par del barco, consiguieron un camión que salía del antro pasadas las tres de la madrugada y tenía un recorrido por casi todos los barrios del ciudad (de los distritos parisinos, no de la periferia). Naturalmente en París, como en cualquier otra ciudad decente del mundo, el problema de salir en las noches es que el metro lo cierran temprano. El autobús tenía un bar y un dj tocando para que la banda no se aburriera mientras llegaba a sus cantones. Este proyecto no funcionó porque el tour por la ciudad terminaba ya entrada la noche del día siguiente, es decir, no era costeable. Así que se quedó sólo en el asunto del barco. La intención del colectivo era armar un antro con cuatro o cinco bares para que hubiera diversidad de opciones: la barra interior para echar un trago tranquilos en la quilla; la de la cubierta, para observar la ciudad de noche; la del baile, el lugar de los dj's; la de las amarras, para la gente que se marea, etcétera.

Yo estuve en él varias veces y más allá de la creatividad de los dueños, ese barco tenía una perversidad muy peculiar: la banda se enardecía y potenciaba sus más bajos instintos lascivos. Un noche me tocó ver a una pareja de chamacos (no alcanzaban los veinte), rodando por toda la cubierta, sobra decir que con un poco de alcohol, en franco recorrido de todas las posiciones del kamasutra. Otra vez, mientras pedía unos tragos en la barra, un tipo le pegó un trompón al de a lado porque pensó que lo había empujado. Después de averiguar quién era el verdadero culpable, se disculpó con un "te parecías mucho al otro". En la quilla, un director brasileño de cine --después de tomar seis o siete vasos de la bebida afrodisiaca de la casa-- me dijo que nadie podía vivir en París de hacer arte, que no mamáramos, que por eso en nuestros paises había dictaduras. En fin, nada de eso --desde luego-- me había sorprendido. Sin embargo, por alguna razón divina (¡Maldición de los siete mares!), había quedado en verme con el Fuc en la Ciudad Luz. Craso error. No hablaré de las numerosas tribulaciones por las que pasamos en París, salvo que estuvimos a punto de comprar una espada medieval y que un día el Fuc se quedó dormido en un vagón de metro. Cuando despertó, en efecto, París seguía ahí, pero era lo único: ni su dinero, ni su mapa ni su francés que nunca tuvo, seguían ahí. Caminó, entonces, con la luna como guía. Bien. Pues tenía que llevarlo al barco-faro. Lo hice. Lo lamenté. Lo sigo lamentando. El güey estaba lo suficientemente alcoholizado para ni siquiera decir güi, pero por alguna oscura razón propia de los economistas, continuaba con el estilo bien puesto. Después supe por qué: la banda lo confundió con dealer; así, los hombres lo respetaban y las mujeres se humedecían al verlo. Cabe destacar que en esa etapa de su vida el Fuc usaba dreadlocks; en realidad los tuvo como un mes, pero me había dicho que en París debía llevarlos. Así, mientras bebíamos un poco de cerveza carísima, vimos venir(se) a una mujer hacia nosotros. Se paró enfrente y nos abrazó del cuello a ambos. Después de percatarse de que además del lenguaje corporal nos entenderíamos mejor en inglés, le dijo al Fuc: "Do you have hard drugs?" El Fuc, avergonzado, se disculpó. La chava lo miró un poco más y lo besó como por un minuto. Después me miró a mí y se me acercó. Pero cuando ya estaba dispuesto a compartir líquidos de reacciones alcalinas con el Fuc, la chava tomó mi rostro e indignada dijo "¡Pero si tienes barba!" "Sí querida, respondí con la trompa parada, pero acuérdate de que también Jesucristo ten..." "¡No, tú no!" La mujer me soltó, miró de nuevo al Fuc y volvió a besarlo un par de minutos más. Después se perdió entre el humo mientras el Fuc me preguntaba ¿no tendrás algo de drogas duras? Tenía armada plenamente la estrategia. En lo sucesivo, le conté seis mujeres que se acercaron y lo besaron. Conmigo nadie quiso: la primera mujer había corrido la voz acerca de mi hirsuto rostro. Saliendo del barco, más calmados, tuvimos que hacernos una pregunta que acaso servía de colofón a todo lo ocurrido: "¿Cómo habrán traído este barco aquí, si no todos lo puentes del Sena son levadizos?" Como diría Montaigne, "je ne sais pas".

Según me cuentan, el bateau far se hundió (o dejó de funcionar, lo cual es lo mismo). Hasta la fecha lo recuerdo de buena gana y sería interesante llevar a cabo una experiencia similar en México, aunque sea en Xochimilco. El Fuc, por su parte, sigue acordándose de un episodio nodal de su vida, que ha titulado, por supuesto, "De cuando fui gigoló".

CAS

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