lunes, junio 30, 2003

Va: la putería, hoy día, es cada vez más evidente.

CAS
Bien, las cosas están así: estaré en Cuernavaca durante toda la semana. Mi mamá y mis hermanas, ahora mismo, deben de estar surcando el Mar Caribe hacia una isla desconocida y por eso tuve que venir a cuidar la casa. También estaré solo: Juanita y Pedro se irán a su pueblito de Hidalgo en algunas horas. La lectura veraniega para los siguientes siete días es Manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki, la biografía de Orson Wells (por cierto, me he compardo el dvd de El ciudadano Kane: su verdadera historia), O de Cabrera Infante, Yo necesito amor, las memorias del gran Klaus Kinski, Groucho y yo del maese Groucho Marx y Ensayo sobre la ceguera de Saramago que nunca leí. Además, el refrigerador está repleto de cerveza y he tenido, asimismo, la precaución de revalidar la cava (ron, tequila y whisky). También espero terminar de escribir por fin mi pinche novela y la rutina de ejercicios matutinos ya está armada. En fin, la vida de asceta parece imponérseme durante los próximos días. Desde luego, todo esto podrá variar si alguna persona decente me salva de tan letárgica semana y me habla o escribe para decirme "voy para allá". Creo que podría habilitar la carne asada, los suficientes barriles de chela y la música ad hoc en menos de cinco minutos. Alea jacta est.

CAS

sábado, junio 28, 2003

El Fuc y yo

Hace un par de meses cuando se fueron el Olis y Jermoc a Europa, pensé que la tranquilidad prefiguraría mi vida. Craso error: los amigos van y vienen de todas partes del mundo con la destreza de un perfecto aristócrata (bien lo había dicho ya el Olis: "El futuro es la aristocracia"). El único que quedaba era el Morc, que por suerte a la hora de los cocolazos alcohólicos serios es inofensivo. Y digo esto porque me gustaría ser como él: por principio nunca se queda en una casa ajena, cosa que, de entrada, evita que siga la borrachera al día siguiente. Mi problema lo expongo a continuación: el Fuc regresó de Holanda después de dos años en ese plano país. Cansado de beber sólo cerveza, a veces vino, y fumar hash como disoluto, al final no soportó la tentación de ingerir los tequilas de rigor a la semana. La revelación, por lo demás, tuvo que ver con una confrontación de facto con la fatalidad: en una isla del Mar del Norte, adonde había ido a pasar un fin de semana, le sorprendió que el mismo letrero apareciera en cada calle. "Cuidado con las focas", decía; a partir de eso, acostumbrado ahora a una fauna beatífica, padeció la considerable ausencia de focas en Ámsterdam. Tenía que tomar una determinación drástica. Un par de meses después le quedó claro que tenía que regresar. Reproduzco textual un correo suyo para que no quede lugar a dudas de que su decisión fue la adecuada:

Hablando de otra cosa, te mandó saludos el Heráclito. Se quedó cinco días y
la pasamos muy chido. Anda con una nínfula preciosa, aunque a veces
ligeramente irritante (debe ser la edad; la de ella, por supuesto). Una
noche, mientras veníamos de regreso de recoger un video, el Heráclito me
venía contando sus aventuras con los mecánicos griegos, y entre la grifa,
los ouzos y las carcajadas, sucumbí por fin al asfalto neerlandes: me rompí
la madre en la bicicleta. Bueno, nada más me arranqué un pedazo de dedo. Eso
sí, el salto fue espectacular (salieron de un bar a aplaudirme). Después de
comprobar que mis dientes seguían ahí y de soltar todas las maldiciones que
conozco, seguimos riéndonos de los mecánicos griegos y de mí. Sobre todo de mí.
En el camino tiramos la bicicleta. Gracias al incidente, los conceptos
"peatón en Ámsterdam" y "pulgar oponible" han adquirido un nuevo y profundo significado.


Esto sucedió paralelamente a que su asesor de doctorado se había destapado como un ferviente hincha del Arsenal inglés ("y yo que no sé un carajo de futbol", dijo el Fuc) y, sobre todo, a que se había decidido en ir a vivir a Australia ("de hoy en adelante deberé verlo en un lugar intermedio, algo así como Brasil").

Y no es extraño que le pasen estas cosas, pues el Fuc es el nada despreciable portador de un récord urbano antológico: la grúa se llevó su coche tres veces el mismo día; lo curioso es que las tres veces fue del mismo lugar. La primera ya lo habían enganchado pero alguien le dio el pitazo y lo resolvió con una corta de cincuenta varos; se subió al coche, dio una vuelta y lo puso en el mismo lugar. La segunda vez la grúa ya había avanzado una cuadra pero logró alcanzarla: una cifra similar y el inefable "Pues qué pasó joven, en qué quedamos". Nunca pensó, por supuesto, que la grúa fuera a regresar nuevamente a por su coche. Como ya no tenía varo, se subió al auto en la parte de atrás y dijo "Pues vámonos". Al día siguiente un golpeteo en su ventana lo despertó: había amanecido en el corralón.

Por otro lado, su virtud de impasible siempre ha hecho dudar constantemente de su persona. Un día estábamos en un parque de Atenas, chupando tranquilos con una banda de griegos. En ese entonces todavía no se llamaba Fuc sino Fac. Ocurrió, entonces, que se paró al baño. Acto seguido un muchachín griego me increpó haciéndose el chistoso y, obviamente, sacando a relucir su sapiencia acerca de Latinoamérica.

-¿Le dices Fac por las FARC de Colombia?

-¿Cómo supiste?

-Pues era obvio.

Le pedí que se acercara un poco y le dije en voz baja:

-Mira, mano: en efecto, perteneció a las FARC, pero es algo de lo que ya no le gusta hablar: se pondría como loco a golpear gente si se entera de que alguien lo ha descubierto. En su país es un terrorista muy buscado y por eso suele chupar tranquilo con banda desconocida y en lugares tan remotos como éste. Pero aunque normalmente traiga un cuchillo amarrado en la pantorrilla, si no se le molesta es un buen camarada.

El Fuc regresó de mear.

-Oye, ¿qué le pasa a ese güey? -me preguntó-. Hace ratito estaba platicando muy bien con él y ahora se ha alejado, no me sostiene la mirada y se me queda viendo las piernas de una manera muy extraña.

-No lo sé; seguro tu contundente presencia de doctorante lo intimida un poco.

Su nombre, por lo demás, siguió siendo objeto de confusiones. Una amiga italiana le preguntaba todo el tiempo "¿Por qué ese güey te dice Fart?"

Las razones, entonces, por las que estoy alarmado son obvias. Eso aunado a que compartimos un timing de vida muy similar (tenemos treinta años, somos solteros, estamos ante la crisis de la tesis del doctorado y jugamos a la ruleta rusa cada vez que no pasamos de un párrafo; además somos alcohólicos) y, aunque lo tratemos de practicar a conciencia, no existe en nuestro vocabulario el concepto existencial de "sólo una chela". La escena que derramó el vaso fue, a saber, el Fuc regando la basura de mi casa por todo el hall en busca de una colilla. Por nuestro bien hemos tratado en dejar de vernos; la cosa ha sido contraproducente, pues hemos inaugurado una nueva dinámica: chupar por teléfono.

CAS




viernes, junio 27, 2003

Instantáneas del Defe III

Dotados de una pericia sobresaliente, hombres de santa paciencia circulan las calles de la ciudad con ayuda incondicional de la divina providencia. Son personajes ilustres de alma protectora que no requieren de la veneración para poder realizar su misión con justeza: el trabajo les llega solo. Y aunque con su bien habilitada armadura resisten estoicos los rayos del sol, a veces sufren para domar sobriamente su caballo de hierro (desgraciadamente son más pesados que las pobres bestias). Adictos a los tacos de suadero y de nenepil, señores, son ellos los caballeros posmodernos de la ciudad de México y se llaman policletos.

CAS
Bienvenido, Mat.

CAS

jueves, junio 26, 2003

Instantáneas del Defe II

¿Cuál es la forma más común de morir en las calles del Defe?

Atropellado por un trolebús a contraflujo. Cuando el chofer advierte que su víctima sigue viva, pone reversa y regresa para consumar su obra maestra.

CAS
Instantáneas del Defe I

Herencia de una tradición hierática, las calles y aceras mexicanas son subyugadas por un personaje de entendidas mañas: el güey del trapito. De trabajo arduo y pesado, el güey del trapito recorre veredas y senderos del defe y ubica con diestro tacto el lugar donde potencialmente se puede estacionar un coche. Entonces arma el changarro y contrata a un par de chalanes a los que, previa instrucción básica ("no dejes ir a ese cabrón sin que te dé varo"), pone a chambear en un diámetro que abarca un par de manzanas. La dinámica es muy sencilla: al llegar un auto ayuda a que quede bien estacionado; después, dependiendo de su cortesía, le abre la puerta al conductor. Acto seguido obtienen su recompensa: "Nada más lo molesto con veinte varos, joven". Lo más inteligente que se puede hacer es decirle: "Te los doy cuando salga", pues no sólo se paga menos que en un estacionamiento o dejárselo a un guarura-parking, sino que se sabe de antemano que el auto y cada una de sus piezas estarán en su lugar cuando uno regrese. También existen otras opciones, menos inteligentes por lo demás: "¿Y si no te los doy? La calle es de todos, mano". "Ya lo ha dicho usted: la calle es de todos. Si no quiere que le pase nada a su coche, pues ya sabe". Moraleja: la calle no es de todos. Otros, más finos, explican: "Pues ya sabe, joven, la patrulla nos pide mucho varo". Al final no hay nada que hacer, pues la mayor virtud de los güeyes del trapito es que todos son iguales físicamente. Y todos tienen trapito. En resumidas cuentas, son los amos y señores de la calle y puedo aventurar sin problemas que ganan tres veces lo que yo. Nunca es tarde para cambiar de oficio.

CAS

miércoles, junio 25, 2003

El futuro es el celibato.

CAS

martes, junio 24, 2003

Tengo la impresión de que tod@ bloguita es alcohólic@.

CAS
I see dead people: Juanita's friends.

CAS

lunes, junio 23, 2003

"Hay que convencerlos y armonizar 22 voluntades en los vestuarios". Palabras del ex entrenador del Real Madrid, Vicente del Bosque, que ayer guió a su ex equipo al vigésimo noveno campeonato de su historia. Para la siguiente temporada, los merengues contarán, además de todos sus galácticos, con el niño pródigo inglés, David Beckham, y acaso con otro astro que la directiva madridista tiene guardado bajo la manga: ayer Florentino Pérez, presidente del Madrid, voló a París para cerrar el trato con el París St. Germain y su estrella brasileña Michael Jackson, alias Ronaldinho Gaúcho. Hace sólo unas horas, Del Bosque fue cesado: así es como le pagan un campeonato. Espero equivocarme, pero el Madrid lo lamentará: no cualquiera armoniza "esas" 22 voluntades.

CAS

domingo, junio 22, 2003

Me doy

Estas son las palabras por las que Del Valle notes apareció por última vez en un buscador: "Cómo fajarme a mi novia".

CAS

sábado, junio 21, 2003

Tengo que calificar cuarenta exámenes finales y desde hace diez horas me estoy haciendo güey. La pregunta que se pavonea frente a mí y me hace entender necesariamente mi desdicha es "¿Why me?" La respuesta la obvio porque sería aceptar mi estulticia (y sin embargo es la única respuesta viable). Prefiero doscientos azotes con un fuete mojado a leer uno solo de esos textos. Por lo demás, llevo armados diez avioncitos; uno de ellos voló diez metros. Ya está: voy a poner las calificaciones en metros. Algunas aeronaves, por supuesto, serán saboteadas antes de despegar.

CAS
María

Dicen las malas lenguas que vino a México a estudiar una maestría en Estudios Latinoamericanos. Yo lo dudo. Durante su primer año abandonó su departamento sólo para ir a clases y, aunque la invitábamos a salir todos los fines de semana, nunca vino con nosotros. Creo que le conté escasas tres cervezas a lo largo de ese año. Al segundo seguí dudando, pero por lo menos ya pudimos amanecer un primero de mayo en el Café Popular: comimos chilaquiles al lado de los compañeros que tendrían que desfilar minutos más tarde. Fue hasta casi empezando el tercer año que la conocí bien a bien, pero no dejé de dudar. Mi querida griega, María Jaidopopulu, salió del clóset y demostró que no sólo era una profesional del tequila sino también en danzas vernáculas griegas. Cuando aprendió salsa (creo que los griegos son los únicos europeos que pueden hacerlo) fue el acabóse.

María-bebedora-de-tequila había terminado sus cursos y su tesis; ahora tenía que recuperar el tiempo perdido. Entonces nos espantamos: habíamos despertando al monstruo. No sólo con su belleza exótica (sobran las alusiones a su perfil) sino también con su desenfreno caótico, inusual en casi todas las mexicanas, María nos había seducido; aunque también nos hechó a perder: era la única que se había aferrado a terminar su maestría a tiempo y dejar lo bueno para después, para vivirlo a plenitud. Se dedicó entonces al hedonismo. Lo mismo posaba para la cámara de un amigo fotógrafo que era la representante de un camarada cantautor. Un día, en el clímax de la fruición, decidió besar sólo a niños de veinte años; son tiernos, decía. Y aunque bien podía pasar por concubina del Mosh, cuando se hacía trencitas su atractivo se potenciaba.

Conmigo era una ultra. Había un pacto místico entre nosotros: no podíamos escuchar la canción “Procura“ de Chichi Peralta sin pararnos en el acto a salsear. Así, cuando bailamos afuera de ese examen de titulación o a la orilla de la aduana en el aeropuerto, la gente, más que vernos como bichos raros, nos observaba con compasión. Incluso le cambiamos la connotación al verbo “procurar”. Sin embargo, un día le fallé. Yo hacía mi luchita con alguien más y, al oír la música, María se paró de inmediato a buscarme. Cuando vio que yo ya procuraba en la pista, pero sin ella, una lágrima descendió por su pómulo helénico y se quejó de mí con todo mundo llamándome “ojete”.

Pero ahora María ha regresado a Grecia y está muy bien, aunque siga de loquita conociendo a mucha gente nueva y su única labor social sea adiestrar a los meseros griegos en asuntos de alcohol, pues se empeñan en servir en las rocas un Cuervo Especial –único tequila más o menos bebible en Atenas (aunque con un poco de suerte se puede encontrar un Hornitos). Por lo demás, es probable que abra una escuela de salsa en alguna de las numerosas islitas perdidas griegas. La última vez que la vi fue el año pasado en su tierra y estaba dispuesta a hacerlo.

Por lo demás, María sigue siendo una mujer sapiente y su filosofía ante la vida no dejará de sorprenderme. Un día me escribió un correo que terminaba así: “... pasé a una fase de mi vida del tipo hay-que-pasarla-bien-y-no-preocuparme-por-mamadas!”

CAS

viernes, junio 20, 2003

"Todos los imbéciles han nacido en alguna parte", Georges Brassens.

CAS

jueves, junio 19, 2003

1) Instrucciones para organizar una presentación de un libro

Primero hay que pensar en el lugar: que no sea ni muy lejos ni muy cerca (desde luego en la ciudad de México este razonamiento vale madre), pero que por lo menos sea conocido. Después preocuparse de los presentadores (casi siempre hay uno que no falla, pues ha comentado los últimos cuatro libros. A este sujeto se le conoce como "caballito de batalla"). Normalmente van a decir que no pueden, que ya tienen otro compromiso para ese día a esa hora, aunque la presentación sea dentro de tres meses. Entonces se recurre a los amigos y se les obliga. Ni modo, así es. Si la editorial no es privada, nos hallamos ante un nuevo dilema, pues las editoriales institucionales habitualmente no mueven un dedo; si acaso hacen un cartelito, pero nada más. A parte el "chupe de honor" casi nunca lo dan y el autor termina comprándolo. El paso siguiente es de los más engorrosos: invitar a la gente. Se toma, pues, la agenda y durante dos o tres tardes uno vive con el auricular atado a la oreja. Lo embarazoso al respecto es que se le tiene que hablar a amigos que tenemos años de no ver y la última vez que supimos de ellos fue cuando dejaron un mensaje en nuestra grabadora para invitarnos a la presentación de su último libro, a la cual, de hecho, no fuimos. Otra fórmula es enviar mensajes colectivos de correo electrónico, pero es poco elegante. De todas las personas convocadas, si bien nos va, asistirá la tercera parte. Por ello es importantísimo escoger una sala que no sea muy grande y que con los diez gatos que asistan se vea que está a la mitad. Al final, sólo los amigos, cual debe ser, son los que acuden. En muy pocos casos me he encontrado gente espontánea, que desde luego llega ahí porque se equivocó de sala.

2) Instrucciones para asistir a la presentación de un libro (que no es el de uno, claro)

-Asistir únicamente si se trata de amigos con los que uno está plenamente comprometido, esto es, que han quedado en prestarnos dinero.

-Llegar media hora después de que empezó, así ya nos ahorramos por lo menos la participación de un presentador.

-Darle un abrazo al autor, no tanto para decirle que nos congratulamos con su nuevo libro, sino para hacer acto de presencia. El abrazo de Acatempan es la alharaca necesaria para este episodio.

-No comprar el libro.

-Ubicar antes de entrar a la sala dónde será el coctel y hacer migas con los meseros. Normalmente son los únicos que llevan moño.

-Irse al último, momento que llega cuando apagan las luces.

CAS

miércoles, junio 18, 2003

¿A dónde vamos? Palabras clave con las que un navegante anónimo arribó a este puerto: "Cómo hacer una invitación para beber chelas". A la baja las cartas de navegación. Es hora de regresar al cabotaje.

CAS

martes, junio 17, 2003

El boxeador y la báscula

En un deporte en el que la supervivencia se busca en cada subida al ring, estos dignos exponentes de la existencia humana se juegan mucho más que una cadena de oro con su nombre en cada round: la pelea inicial es con su propio cuerpo. El peso es el rival menos deseado por un boxeador. Es por todos sabido que el pugilismo se divide en divisiones y en muchas de ellas la diferencia es a veces de un par de kilos. Si uno no está en el rango exigido, sobra decirlo, no puede subir al ring. Hasta hace algunos años, la ceremonia del pesaje era el mismo día de la pelea; ahora es 24 horas antes, lo cual le da un poco de respiro al boxeador, pues no padece los estragos de tratar alcanzar desesperadamente el límite instantes antes de la primera campanada. Estrategias hay muchas. Como se pesan con calzoncillos, si la diferencia es de algunos gramos y estamos ante un exhibicionista, basta con que se los quite para alcanzar el peso. Pero hay muchas otras maniobras que los viejos managers conocían perfectamente. Algunos, los más sobrios, llevaban a sus muchachos al vapor o al sauna; si veían que no funcionaba, no dudaban un instante en pasar a la siguiente táctica: "A ver, cabrón, ponte a escupir en esta cubeta". Había también los fieros, ésos que arriesgaban sin piedad el físico de su pupilo, pensando sólo en la bolsa que recibirían por el combate: les sacaban un litro y hasta litro y medio de sangre antes del pesaje; después de éste se lo volvían a poner. Ignoro si esta estratagema se realice hoy en día, pero si algo sigue existiendo en la actualidad es aquella frase mítica que todo boxeador mantiene como dogma de fe después de una victoria: "Todo se lo debo a mi manager".

CAS

lunes, junio 16, 2003

Cualquier día lunes

Los lunes normalmente veo o a mi dentista o a mi barbero o a mi contador. Rara vez ocurre que tenga que verlos a los tres el mismo lunes. Y aunque pueda pensarse que en una escala tradicional de valores alguno de ellos esté por encima de otro, yo necesito a los tres por igual. No obstante, desde hoy he entendido que no puedo verlos a todos a la vez: es dañino. Las cosas estuvieron así: de 10.30 a 12 estuve con la dentista, quien me ve desde que tengo cinco años; aunque he intentado ir con otros odontólogos siempre regreso a ella. Puede sonar un poco extraño que vaya cotidianamente a la dentista pero es una cuestión de herencia: mi mamá lleva más o menos cuarenta años yendo y mi papá, aunque se vanagloriaba de buena mordida, los tenía chuecos y tuvo un diente de leche hasta el día de su muerte. En fin. La doctora dijo "vamos a a tomar impresiones de ese molar pero... ¡qué barbaridad, te estoy viendo una mancha negra en el diente de al lado: voy a tener que inyectarte otra vez". Acto seguido, me puso la suficiente anestesia para paralizar un buey tres minutos y, sobra decirlo, se me adormeció la mitad de la cara como nunca. Entonces, sin saberlo ni sentirlo, me mordí un cachete en franca inauguración de esa religión que al gran Nicoménicus la gustaría compartir, "comerse a sí mismo", y la doctora "¡Ay, pero si te mordiste, estás sangrado!, te voy a poner algodones en las encías para que no te muerdas". Bien, así salí yo de la dentista, con la boca llena de algodones y ahuyentando a la gente que pasaba a mi lado porque pensaba que tenía rabia. Llegué con el barbero con la boca cerrada para no espantarlo pero con la cara lo suficientemente abotagada para intuir que tenía un hamster adentro. Por supuesto que no la abrí y sólo lo saludé haciéndole el símbolo de amor y paz y luego una seña de pasarme unas tijeras por el cabello y otra de una navaja por la barba. El corte de pelo estuvo bien, lo difícil fue cuando comenzó a rasurarme: no sentí la navaja pero la escuchaba nítidamente: "crihsssssh". Entonces pensé que si este maestro tuviera ganas de hacerse unos tacos de cachete con el mío propio yo ni en cuenta, y si me convidaba me los hubiera echado sin pensar de nuevo en aquello de "cómete a ti mismo". He de confesarlo: es una de las peores sensaciones que he tenido. Bien, vayamos adelante. Ya con los algodones fuera y después de haberle dado una jugosa propina a mi barbero por haber dejado mi cara en su lugar, me dirigí al contador aún con el efecto de la anestesia. Lo primero que me dijo fue "Carlos, estamos en problemas". Estas frases de los contadores, abogados o notarios, es decir, aquellos mortales en los que uno coloca su vida legal, son las que justifican en este país otras como "Está mal que yo lo diga, pero...", "Con todo respeto, pero..." o "Sin ánimo de ofender, pero...". "Estamos" significa, en el lenguaje de estas egregias personas, "ya te llevó la chingada", aunque es mejor que utilicen ese plural, pues uno piensa de entrada que ellos se solidarizarán a la hora en que ambos estemos en un tête-à-tête tras las rejas. Yo tenía la mitad de la cara insensible y este ídem me decía que estábamos en problemas cuando él era precisamente el encargado de evitármelos. Aquí, por lo tanto, toda anestesia era inservible. "Bien, Martín, qué hacemos", pregunté ante su mirada indescifrable sobre mis mejillas. "Vengo del dentista", complementé para tranquilizarlo". "Ah, perdón, bueno. Mira, Carlos, las cosas estan así: [aquí viene la narración de mis conflictos hacendarios, que omitiré porque no voy a facilitar el trabajo de Hacienda para meterme a la cárcel]. Todo eso se resumía, por lo demás, a $$$$$$$. "No mames, Martín, pero si es un chingo", "Pues sí, Carlos pero hay que darle hasta a la concuña de Juan de las Pitas". Concedí. Recién llego a mi casa y estoy completamente sorprendido de la gente en la que uno pone su pellejo sin saberlo. Los peligros cotidianos se evitarán en la medida en que uno vea a estos caníbales esporádicamente. Lo cierto, sin embargo, es que les va bien. Por eso, y por una cuestión asimismo de common sense, no me resta más que hacer la siguiente pregunta: ¿alguna persona decente necesita a un escritor de planta?

CAS

domingo, junio 15, 2003

A propósito del día del padre

Mi papá nunca identificó el olor a zorrillo. Mis hermanas y yo siempre insistíamos en que lo oliera al pasar por una carretera. "No huelo nada", dijo invariablemente. Así transcurrió su vida: en la inmunidad ante los zorrillos. Y sin embargo, lo que siempre percibió profundamente fue la sensibilidad de los otros. No en balde era cantante de ópera. Alumno de la mejor cantante de ópera que ha tenido este país, Fanny Anitúa, mi papá supo que el canto era de las pocas manifestaciones artísticas que motivaban, al mismo tiempo, la melancolía y la esperanza. Señores míos, nunca escuché a un tenor mexicano cantar con tanta potencia y sensibilidad E lucevan le stelle de Tosca, por ejemplo. Confieso que era imposible evitar que unas lágrimas, difusas acaso, descendieran por los pómulos de los hombres débiles. Era mi padre, entonces, un hombre bueno. Su bondad estuvo siempre por encima de su ocasional mal carácter y su misión en la vida estuvo enmarcada por una máxima que todo ser humano debería entender como dogma de fe: amar y ser amado.

Desde que nací hasta hoy, a mis escasos 30 años, edad en la que no se sabe nada de la vida, navegué al amparo de su sabiduría y talento, su cariño y honestidad, su bohnomía e intuición. Nunca lo supe a ciencia cierta, pero presentía que muchos añoraban a un padre como el mío. Se fue el viejo, y al rastro de su enseñanza, a lo lejos, no se le ve el comienzo; por eso pudo construir senderos que van a todos esos sitios afables que todavía no comprendo, pero residen ahí donde se dice hay un espíritu. Entonces, era también mi papá un gran tipo, un gran tipo feliz; un gran tipo feliz que irradiaba amor y le gustaba que lo besaran en las mejillas tanto como él disfrutaba besar ojos.

Nunca mencionó la palabra “muerte” cuando rara vez hablaba de la suya misma. Siempre dijo “cuando falte” o “cuando tu mamá y yo faltemos”. Obviamente mis hermanas y yo le mencionábamos que no dijera tonterías. De aquí se desprende que a veces hasta las tonterías se convierten en las realidades más ostensibles, aunque se nieguen como negamos todo lo que nos causa dolor en esta vida. Sin embargo, siempre se rehusó a utilizar la palabra “muerte”, acaso por miedo, acaso por no alterarnos, acaso por saber que toda existencia se fundamenta en presencias y ausencias. Era entonces mi padre un personaje extravagante pero avezado, alegre y erudito, afectuoso e ilustrado.

Su último día, tengo la impresión, se la pasó feliz. Era cumpleaños de mi hermana Lucía y fuimos a desayunar a Sumiya. Llevaba varios días cuidándose por aquello de la diabetes y el ácido úrico. Sin embargo, esa mañana se dio un atracón como hacía mucho tiempo no se lo daba. En ese momento, era mi papá un hombre refinado que había sido gordo y ahora flaco, con setenta kilos menos de los que había pesado en sus buenas épocas. Durante el desayuno platicamos de las ausentes ese día: mi mamá, en Nicaragua tomado algunos cursos de una maestría y la Titi, mi hermana menor, en Alemania, haciendo prácticas en algún hospital perdido de la selva negra. Una coincidencia era que la Titi se fuera el miércoles anterior a su fallecimiento para pasar seis meses en Alemania y mi mamá el último domingo a Nicaragua, donde estaría sólo un par de semanas. Como mi papá sabía que las llamadas a Alemania serían sumamente caras, se vio obligado a comprar una computadora y comunicarse por correo electrónico con su hija. Sería la primera vez que navegaría y mandaría mensajes por el ciberespacio. Era entonces mi padre un hombre práctico que compró una computadora y en su vida envió sólo un mensaje, dirigido a su hija en Alemania, para decirle que la quería mucho y la extrañaba.

Después de desayunar, fue a llevar a Lucía y a su novio Sergio a la terminal de camiones para que se fueran a México. Yo me quedé con él en la casa; hacía mucho que no estábamos solos él y yo. Le dije que la Titi le había enviado un mensaje. Su rostro se iluminó de esa felicidad indescifrable que tiene toda persona que ha venido a esta vida a amar y a ser amado. Lo leyó con la efusión de un niño que recibe un regalo y de inmediato le contestó. Fui yo quien le sirvió de amanuense, pues el pobre escribía cualquier palabra en no menos de cinco minutos. Le mandó un mensaje con las efemérides del día, con algún dato negativo sobre mí que yo me opuse sólo un poco para escribirlo. Después vimos los toros, la corrida de aniversario de la Plaza México, e hizo una ferviente apología de la decisión del juez de plaza de otorgarle un par de orejas al Zotoluco en su segundo de la tarde. “Nada más esa estocada merecía una oreja”, me dijo. Terminada la corrida le pregunté si quería ir al cine y me dijo que no, pues estaba muy cansado y prefería acostarse. Yo me puse a escribir y él se durmió. Entonces, ya cuando me iba a dormir, fui a darle un beso de buenas noches –como casi nunca lo hacía– a ese hombre, que ahora dormía sus últimas horas en esta vida de azares y coincidencias, para pasar al sueño inacabable, ése que registra todo músculo cardiaco que deja de latir. Era entonces un monumental corazón, encerrado por la piel de un hombre que, dicho sea de paso, resultó ser el hombre más extraordinario que jamás se haya parado en esta tierra y en esta Tierra. Lo demás es historia: ambulancia, hospital, horas, lágrimas, llamadas, amigos, ¡muchos amigos!, médicos, rezos, aviones, análisis, viento, tamales, refrescos y otra vez lágrimas, enfermeras, y más amigos, siempre amigos, sangre, incertidumbre, frío, labios partidos, sollozos de hermana y un corazón, el más grande y bondadoso corazón que haya latido, detenido en una sala de terapia intensiva de un hospital de una ciudad de un país de un mundo que dejó de ser el mismo.

Todo esto ocurrió hace dos años y es como si hubiera sido ayer. Ahora, a la distancia, sé que esta vida seguirá su eflujo, pero nunca más sin dolor. Lo único que me queda claro es que jamás quiero volver a percibir el olor a zorrillo.

CAS

sábado, junio 14, 2003

Lecturas iniciáticas

Hoy tengo ganas de ser un poco mamón:

Hablar de los inicios en la lectura de literatura siempre será un asunto complicado; también frívolo. Sin embargo, la necesidad de defenderse del embate del olvido me obliga a hacer esta suerte de recuento, un ejercicio personal en el que buscaré iluminar los ángeles y demonios que me hacen escribir como lo hago ahora. La “ansiedad de la influencia” la había denominado Harold Bloom, aunque a mí me parece más bien un principio de conservación y supervivencia. Pero hay que empezar por el principio, por la pregunta obligada al respecto: ¿para qué leer? Más allá de contestar con el lugar común “porque lo necesito”, habría que sincerarse y poner sobre la mesa las dudas más obvias. ¿En verdad se necesita la lectura? A mi modo de ver desde luego que sí, aunque los cañeros de Zacatepec no estén de acuerdo y consideren un acto sacrílego gastar el dinero en una edición hardcover del Ulises. En una ocasión, por otro lado, caminando por el malecón de La Habana con una caja de libros, adquiridos como una ganga en la librería de Casa de las Américas, un moreno que estaba con otro grupo de morenos me gritó: “Mexicano, ustedes comen libros, ¿verdad?”. Estuve a punto de darle a probar el de hasta arriba para que se diera cuenta de que no sabían tan mal, pero eran cuatro, negros, y muy parecidos a Teófilo Stevenson. Sonreí asintiendo y seguí mi camino.

¿Será cierto, entonces, aquello de que algunos necesitamos de la literatura casi como un buen plato de moros con(tra) cristianos? Puede ser, y habría que documentarlo. En mi caso, según alcanzó a recordar, sucedió casi de manera natural, pues en la casa había libros. Como toda persona que se inicia en las letras, mi niñez literaria tuvo un referente muy claro: las novelas de aventuras. Sobre todo tuve particular interés en Emilio Salgari, Conan Doyle, Dumas, Mark Twain y el maese Julio Verne, un escritor que no ha sido valorado como tendría que serlo, en particular por esa obrita maestra que se llama Miguel Strogoff. Hablamos, en principio, de lecturas serias.

Fue pasando los 15 años que aterricé en un campo un poco más complejo: la poesía. Tristemente, lo confieso, el primer libro de poesía que leí fue una antología de Nicolás Guillén. Pero después llegaron poetas más trascendentes: los Contemporáneos, Elías Nandino, Miguel Hernández y, muy particularmente, Efraín Huerta; sus poemínimos fueron parte fundamental en mi aprendizaje. Por aquellos tiempos, por ahí del año 87, conocí a José Cruz, vocalista y letrista del grupo de blues Real de Catorce. Por un asunto de azar, Pepe apareció en mi casa después de un concierto del Real en el Jardín Borda de Cuernavaca, y platiqué con él. A partir de ahí, Pepe Cruz se convirtió en una de mis influencias más claras. Aunque no tenía un libro publicado, las letras de sus rolas eran poesía pura y, con varios amigos de la misma generación, lo empezamos a considerar nuestro gurú.

Pero la vida da vueltas, y también a veces uno se hace un poco inteligente. Las letras del Real pasaron a segundo término y entré en la universidad. Entonces vino lo importante: Shakespeare. Aunque suene a reiteración, hay que decirlo: el más grande escritor que haya pisado esta Tierra. Dios, pues. Bien dicen que las ideas cambian por una crítica, pero es mucho más fácil que sea así cuando ni siquiera existen ideas. Por eso, después de esa iluminación, supe acaso que también un integrante de una posible trinidad divina era Borges. La complementa Cervantes, por supuesto. También, digamos, están los rusos, pero un poco a la zaga. Como estudié una cuestión rara que los optimistas denominan Estudios Latinoamericanos, recorrí la literatura del subcontinente de pe a pa, con casos notables como Bioy, Felisberto y Onetti. Ya entrado en materia, supe que había italianos: Pavese, Calvino y Landolfi; algunos austriacos: Peter Handke y Thomas Bernhard. También franceses como Proust, Gide, Camus, Yourcenar, Mauriac, Sartre y portugueses como Pessoa, Saramago y Lobo Antunes.

Así fue. Aunque suene extraño, empecé en el siglo veinte y después me fui para tras: Kleist, Goethe, Rimbaud, Baudelaire, Balzac, Swift, Flaubert, Dante, Petrarca y, claro, los españoles, Quevedo, Góngora y Calderón. Mención aparte merecen los ingleses, pues ahora en particular es a lo que me dedico: Coleridge, Stevenson, Keats, Shelley, Byron, y poco después, Lawrence, Lowry, Greene, Evelyn Waugh. Pero si hay que hablar de preferencias o gustos especiales por otras tradiciones, tengo que aludir a la literatura gringa, acaso la que más ha influenciado las letras en la actualidad. De entrada están los genios decimonónicos; Poe y Melville; un poco más atrás Hawthorne y Henry James. Y después los del veinte: Faulkner y Fitzgerald. Al respecto, creo que toda persona que haya nacido en su sano juicio debería leer por lo menos a Faulkner para desquiciarse un poco.

De mis lecturas iniciáticas de autores mexicanos no hablaré, pues es lo que más conozco y podría llevarme más espacio del que ya he tenido a bien abusar el día de hoy. No obstante, hay que decir que existen por lo menos tres autores fundamentales: Paz, Arreola y, sin duda alguna, Rulfo. Por lo demás, siempre se regresará a la lectura de los clásicos, pues hablamos del origen de las cosas. Independientemente de que uno se haya echado a perder y lo más probable es que, como el Quijote o Emma Bovary, enloquezcamos por leer de más, las lecturas que uno hace en la vida es una pequeña historia adicional que se acumula en la propia piel, y hace de los lectores otro hombre ilustrado bradburyiano. Toda lectura, aun cuando sea el enésimo libro que sometemos a nuestra mirada, es un acto de iniciación, único y quizás peligroso.

CAS



viernes, junio 13, 2003

El Fuc insistía en filmar la ruta trágica. "Hay un concurso de trescientos mil pesos que podemos ganar", decía. Sin embargo mi cámara no tenía pila suficiente y nos perdimos de grabar un video memorable. La escena inicial era robarnos un camión de Corona y huir a la frontera. Como necesitábamos un revulsivo drástico, concluimos que lo mejor era comprar unas caguamas e ir a dar vueltas al distribuidor vial. Fue un viaje glorioso. Lo demás es más o menos conocido: pulmones de apio en la Hija de los Apaches, chistorra, tequila y chela en la 30-30, casa de Asakhira y Tandem. Recién despierto y noto que todavía están sobre mi mesa los cadáveres del día del partido. Por eso la única conclusión de peso a la que puedo llegar ahora es que necesito un paje (que no paja, gentlemen), aunque sea de entrada por salida. El Fuc, insigne investigador del Colegio de México, me acaba de hablar: tenía lagañas en la garganta. "Me van a correr", me dijo preocupado. "Creo que sí", le contesté. Ya será de Dios. Ahora el problema es el siguiente: tengo la impresión de que quedé de verme con una argentina hoy en la puerta de Bellas Artes, pero no estoy muy seguro. Creo que voy a dejarme llevar por los hilos del destino, y me quedaré viéndome el dedo gordo lo que resta del día.

CAS

martes, junio 10, 2003

George W. Castro

Una de las construcciones demagógicas, de peso y casi indiscutible, que hace que en Cuba siga existiendo una dictadura después de 44 años, es esa célebre frase de Fidel Castro, "la historia me absolverá". Ayer George W. Bush, sin saberlo por supuesto (no le pidamos peras al olmo), declaró en relación con la invasión a Irak: "el tiempo y la historia probarán que hice lo correcto". De ingenuos está lleno el mundo, pero en ambos casos el sentido común exige una pregunta elemental: ¿cuándo será eso? Basta con tener la mitad de dedos en la frente que tiene Condoleezza Rice para saberlo: cuando ambos estén muertos. Aunque el futuro absoluto sea un estadio difícil de discutir, doble contra sencillo a que en sus tumbas no se hallarán ni pruebas ni absoluciones .

CAS
Lo divertido de los euros, más allá de que cada país tiene una alusión nacionalista en uno de los lados -ya sea billete o moneda-, son su formas de pronunciarse. Así en español se dice naturalmente "euro", en inglés "iuro", en francés "eggo" y en alemán "oiro". Lo divertido también es que el verano pasado estaba a ocho pesos mexicanos por uno y ahora a más de doce por uno. C'est la vie en el tercer mundo.

CAS

lunes, junio 09, 2003

De cuando estuve a punto de ser famoso (y la cagué a tiempo)

Algunas veces he estado cerca de cohabitar con el mundo de la farándula televisiva. En la primera me hablaron de la agencia de publicidad Alazraki para que fuera el guionista de un talkshow que había sido aceptado en Tv Azteca y que pretendía ser el equivalente en México del Night Late Show. Me dijeron que habían leído mis textos y les parecían "chistosones", como el tono de programa. Me ofendí, y si no hubiera sido porque en ese momento no tenía dinero, les hubiera colgado. "¿Cuánto pagan?", pregunté. No sabían bien a bien cuánto pero era más o menos así: $$$$$$. En mi vida había estado tan cerca de ganar una cantidad similar, aunque anticipo de una vez que nunca me dieron el trabajo, Dios Bendito, pues después cuando el talkshow salió al aire fue un verdadero bodrio. Las cosas estuvieron así: en principio el programa aceptado por Azteca había sido una serie de pilotos en los que el protagonista era Andrés Bustamante, el Güiri Güiri. Sobra decir que este maestro es un amo de la improvisación y él mismo armaba sus propios guiones, que a la postre, por supuesto, no respetaba. A un mes de salir al aire, Bustamante –que es millonario– dijo que le daba mucha güeva trabajar tan cabrón todos los días y que más bien se retiraba del programa. Naturalmente el mundo se le vino encima a la agencia y tomaron medidas desesperadas, como llamarme a mí. Esa desesperación, a su vez, desembocó en insanidad, o pendejez, como quiera llamársele, y contrataron a una actriz enterrada por Televisa hacía muchos años y cuyas mejores épocas había pasado: Anabel Ferreira. Estuvo como en seis programas y como el rating era menor al que tiene la Hora Nacional en la radio, en un último intento por salvar el barco llamaron a Omar Fierro. No pudo, en parte por ser quien es y en parte, desde luego, porque los guionistas no eran los adecuados. El talkshow salió de la programación de Azteca en menos de tres meses.

La segunda vez en estar cerca de los novecientos segundos de fama fue cuando conocí a la hermana de Eugenio Derbez. Es cierto que nada más el ser hermana de ese bergante debiera otorgarnos licencia para matarla, pero acordémonos de lo esencial: la familia no se escoge. Todo fue muy extraño: era la fiesta posterior al concierto de mi amigo Emiliano, que en ese entonces tocaba a dueto con Jaime López. De repente llegó una chava a la que nadie conocía más que nuestro carnal cantautor. "Les presento a Silvia", dijo. Y ella, Mucho gusto. Acto seguido el anfitrión le dijo, Mira, Silvia, ella es mi novia. A la pobre mujer, que llegaba evidentemente a una atmósfera que no era la suya, se le humedecieron los ojos en abierta expresión de haber sido timada. Los antecedentes eran éstos: en el toquín, ella había ido inicialmente a por Jaime para decirle que era lo máximo y después acaso llevarlo a su depto; Jaime, bañado en alcohol como es su costumbre, la vio de arriba a abajo sólo para decir gracias y darle de nuevo la espalda bebiendo un trago de su tequila. Al darse cuenta de su fracaso, Silvia se vio en la obligación de ir a por el segundo de abordo: Emiliano. Pero la estrategia cambió: fue a su auto, sustrajo del mismo unos bongoes en miniatura que a su vez le habían regalado, y seguramente había costado una millonada, y se los entregó a Emiliano. "Toma, son para ti", le dijo. El bruto de Emiliano dijo Gracias y lo único que se le ocurrió después fue invitarla a la fiesta con los amigos en forma de agradecimiento. En resumidas cuentas se trataba de una groupie perfecta. Como Emiliano nunca pensó que fuera a llegar al reven, al verla ya ahí se lavó las manos con aquello de "Esta es mi novia". ¿Qué hacer, entonces? Pues salir al quite, si no para cortejarla, sí para que no se pasara un mal rato y viera que, aunque pareciéramos una jauría de patanes, éramos decentes. Al poco tiempo de platicar con ella ya la había puesto al tanto de dos o tres datos acerca de la fauna que tenía enfrente. Respondió con un "¡Ay, pero si todos son artistas!", ergo, no había entendido nada de mi explicación y yo, sin desearlo, la había hecho mi groupie. Lo siguiente fue un poco nebuloso pero ocurrió más o menos así: me pidió mi teléfono; se lo di. Dijo ya me voy, ¿tienes coche? No. Voy hacia el sur, ¿quieres un aventón? Va. Coche, ciudad-nocturnidad-casa. Te agradezco mucho que me hayas traído y ella buscando un lugar para estacionar el coche; repetí mi agradecimiento. Entendió. Nos vemos. OYE, me increpó: ¿no quieres que te dé mi teléfono? ¡Ay, sí que bruto soy, cómo se me había olvidado, en qué mundo vivo...! and all that bullshit. Las señales eran clarísimas pero, seamos hombres: ¡lo último que haría en la vida sería tener a un Derbez, Derbeza o quimereza en mi casa! Al día siguiente me habló. Dijo que pasaba por mí para echar unas chelas; le dije no gracias, a lo mejor después. Pero una mujer como ella no podía soportar tantos desaires en tan poco tiempo y jamás me volvió a llamar. Su teléfono, como muchos otros números que he perdido, se borró de mi mano al día siguiente cuando me bañaba.

La última vez que tuve un acercamiento con la farándula fue el año pasado. Un día, antes de empezar uno de los cursos que doy en el Helénico, creo que era uno sobre Borges, la encargada del Instituto me marcó a la casa: “Maestro, hablo para decirle que va a tener a dos actrices en su clase. Una de ellas es Julissa y de la otra no recuerdo el nombre pero también es famosa”. Después de colgar me acordé que sólo en una ocasión había querido que una actriz fuera mi alumna, y ésta fue cuando el Olis me dijo que Maribel Guardia estaba haciendo la carrera abierta de filosofía en la facultad. Nunca la vi. Por lo demás, tener a Julissa en mi salón no era algo que me entusiasmara mucho. El primer día de clase se me había olvidado que tendría a un par de celebridades en mi curso e impartí la sesión como si nada. Al terminar, llegó de nuevo la asistente para molestarme: “¿Ya vio quiénes eran, Maestro? No, Pilar, se me olvidó que estarían aquí. ¿Pues sabe quién es la otra? No. Yolanda Ventura...” Seguramente mi incredulidad reflejada en un silencio incómodo, hizo que Pilar matizara: “¡la ficha amarilla de Parchís, maestro!” Pues bien, ahí estaba yo con dos alumnas que al mismo tiempo habían sido famosas: una porque interpretaba canciones infantiles y otra porque se encueraba a la menor provocación en todas sus películas. No sé si pueda explicarme, pero es una sensación misteriosa tener a una alumna cuyo cuerpo es muy conocido. En realidad no entendía bien a bien qué pasaba hasta que conocí a Pinkililinki. No por él en sí mismo sino por su actitud ante la vida, y hacia las mujeres. Estábamos en una cabaña en Creel, Chihuahua, con un frío del carajo y bebiendo crema de whisky. Mientras él hacía una explicación científica de cómo se podían oler a las mujeres a veinte metros a la redonda, le confesé quiénes eran mis alumnas. Se quedó callado y prendió la televisión. Acaso todo hubiera quedado como estaba si en la pantalla no hubiera aparecido una película de Julissa justo en el momento en que ella se quitaba la ropa. “¿Sigue estando así de buena?”, preguntó. “Por supuesto que no”. Pinkililinki se chupó los labios unos segundos y agregó: “Mátala”. Después de decirle que no mamara (ya veía yo los titulares de los periódicos: "CAS, asesino de Julissa") hizo toda una explicación del porqué era una “felonía” (así dijo) que una mujer así estuviera tomando una clase de literatura. Hasta la fecha sigo considerando su tesis.

En todo caso todas son experiencias que coadyuvan a las historias personales y hacen que uno regrese a tocar piso. Dependiendo de cómo se vislumbren a posteriori, será su valía. Al final, como dijo el maese Óscar Wilde, “el arrepentimiento modifica el pasado”; aunque el mío no ha cambiado en nada.

CAS

sábado, junio 07, 2003

La frase del año: "Todo está escrito, pero no todo está leído", Enrique el Ojitos Meza.

CAS
Cortázar y el box

Una vez Julio Cortázar estaba en una reunión con la aristocracia. De repente una mujer ya entrada en años se le acercó para preguntarle "Señor Cortázar, ¿cuáles han sido para usted los acontecimientos más importantes del siglo?" Nuestro querido maestro, seguro de sí mismo como cuando se está por decir algo implacable, contestó: "Señora, a mí me tocó asistir al nacimiento de la radio y a la muerte del box". La mujer peló los ojos en franco gesto de no entender nada y, acto seguido pasó a hablar de Hölderlin. ¿Pero cómo no, dios bedito, iba a ser así? El 14 de septiembre de 1923 tuvo lugar una de las llamadas peleas del siglo: el "Toro salvaje de la Pampa”, el argentino Luis Ángel Firpo, se enfrentaba al gran campeón estadounidense, Jack Dempsey, amo y señor de los pesos pesados. La pelea se efectuó en el Polo Grounds de Nueva York ante ochenta mil aficionados. Días antes, cuando Firpo llegó a Estados Unidos había preguntado si el combate sería filmado; le dijeron que no. Se indignó, pues pretendía hacerse millonario con los derechos fílmicos de la paliza que le pondría a Dempsey. Al final la pelea fue filmada, pero la paliza la recibió el argentino: perdió por knockout en el segundo asalto pero después de haber caído ¡nueve veces! Sin embargo, después de la séptima caída, Firpo lanzó un golpe de desesperación que conectó a Dempsey: el estadounidense fue a dar fuera del ring y estuvo a punto de perder; pero regresó a tiempo, sólo para infringirle al pobre de Firpo una de las golpizas más memorables que recuerden en la historia del pugilismo.




La pelea, por supuesto, no era transmitida en vivo por televisión porque no había televisión, así que fue a través de uno de los medios electrónicos que revolucionó las dinámicas cotidianas en la primera mitad del siglo XX: la radio. Así, los argentinos pudieron estar al tanto de tan histórico evento al mismo tiempo que acontecía. No obstante, el problema no fue la radio sino los locutores que la transmitieron. Cualquiera que haya escuchado a un argentino narrar un partido de futbol de la albiceleste, sabrá que la imparcialidad es una palabra fuera del diccionario de argentinismos. Por lo mismo, no es difícil suponer cuál fue el tono de la narración de los locutores argentinos enclavados en el Polo Grounds. Entre otras mesuras, lanzaron frases como “¡Nos han robado!” o “¡Estamos ante una injusticia histórica!” Después del combate en los altos estratos de la política argentina se discutió seriamente la posibilidad de romper relaciones con Estados Unidos; aunque había algunos más radicales que pretendían una declaración de guerra. Por suerte para ellos hubo un llamado a la cordura, mismo que no existió, of course, sesenta años más tarde en la guerra de las Malvinas.

Pues bien, aunque el radio era un artefacto nuevo y al que muy pocos tenía acceso, la familia de Cortázar sí tenía (de hecho desde el único rascacielos del Buenos Aires de la época –el edificio Barolo–, se lanzaban al cielo haces de luz para que la población supiera el resultado de la pelea; si era verde, Firpo había ganado; si era roja, la victoria era para Dempsey. Cuando el estadounidense salió de ring, nadie pensó que fuera a regresar y apareció la verde; pero cuando la cambiaron a roja, muchos corazones bonaerenses dejaron de latir). Así, el gran Julio morituri te salutant, a sus nueve años quedó marcado de por vida por esta pelea y creció con la eterna certeza de un robo histórico. Había asistido al nacimiento de la radio y a la muerte del box.



Pero esa muerte, por fortuna, no fue perenne para él. El episodio anterior, por ejemplo, lo narra en La vuelta al día en ochenta mundos; tiene, asimismo, un libro titulado Último round y el antológico cuento “Torito”, que toma como personaje al gran “Torito de Mataderos”, Justo Suárez. Pero quizás el que más alusión haga a una pelea real es “La noche de Mantequilla”. Corría el año de 1973 y el gran campeón cubanomexicano, José Ángel Mantequilla Nápoles, estaba en la ruina. Necesitaba una pelea para regresar por sus fueros pero con una buena bolsa de por medio. Así que retó al campeón mundial de peso medio, el argentino Carlos Monzón. Mantequilla subió 14 libras para el combate que quedó programado para el 9 de febrero de 1974 en París. El promotor era nada menos que Alain Delon. El mismo día de la pelea los periódicos parisinos mostraron fotografías de la noche anterior, en las que Mantequilla aparecía rodeado de divas francesas en el Lido, departiendo con champaña. Obvio: la pelea fue una masacre y Monzón triunfó en el séptimo round por knockout técnico. Años después, le preguntaron a Mantequilla por qué había peleado con Monzón y respondió “Por dinero, chico, por billetes, además me ofrecieron más dinero porque Monzón no daba el peso medio". Ése, por supuesto, fue el error: Mantequilla era un peso ligero natural que ascendió a medio y Monzón, un auténtico pánzer de peso completo que hacía lo suyo en los medianos. Al terminar la pelea, Mantequilla Nápoles le dijo a la prensa una frase que hasta la fecha me parece insuperable en muchos sentidos: “Chico, mira, e’ ma’ fue’te que yo, pero no e’ mejo’ que yo”. Quizás éste y otro tipo de conclusiones hicieron que Cortázar amara el box y escribiera al respecto, pues es el último reducto de la vida en el que el hombre lucha contra el hombre por la supervivencia de la piel.

CAS

jueves, junio 05, 2003

Augusto Roa Bastos escribirá la biografía de José Luis Chilavert. La vida es rara: ahora basta tener 36 años para que un viejo de 84 escriba nuestra biografía. Hace alguños años Roa estaba muriéndose y el gobierno paraguayo se negó a pagarle la operación que necesitaba, desplante incomprensible para el más grande escritor paraguayo de la historia. De repente, sin que nadie supiera de dónde había venido el dinero, la operación estaba pagada y se efectuó con éxito. Algún indiscreto soltó la información: fue Chilavert. Al ser cuestionado al respecto, el histórico guardavallas de la selección paraguaya de fútbol contestó: "Sí, fui yo, y lo hice porque Roa es para mí como mi padre". Señor, si la bonhomía está en todas partes. Yo sólo anhelo que en algún momento de su afortunada vida de cien mil dólares al mes, Cuauhtémoc Blanco tenga la bondad de pagarme una limpieza bucal. Me conformo con que diga: "es que es como mi hijo bastardo".

CAS

miércoles, junio 04, 2003

En mi departamento hay un bóiler semiautomático. Eso quiere decir que no se apaga solo, sino que hay que mover la manijita para regresarla al piloto y deje de realizar su función. Si lo anterior no se hace a tiempo, esto es, cuando el agua todavía no hierve para hacer del calentador un potencial tomahawk, empieza a salir expulsada a presión a todos lados. En otras palabras, el edificio se inunda. Hoy por primera vez desde que habito en este dadivoso depto., se me olvidó apagarlo. Así, mientras yo estaba en la facultad haciendo una radiografía acerca de la complejidad del Rey Lear, mis vecinas cristianas del primer piso pensaban que el Mayflower y la divina providencia eran una perfecta mamada, pues del cielo recibían ya los primeros chispazos del agua del infierno. El juicio final, pues. Tengo que hablar con Juan para que me compre un calentador civilizado; alguno de ésos que se apagan solos y hacen que la gente siga diciendo we believe in Jesus Christ o rezando cosas como "¡la sangre de Cristo, la sangre de Cristo!" En honor a la verdad, me causaría menos problemas.

CAS

lunes, junio 02, 2003

Absinth ll

Sin exagerar la nota, el absinth ha sido una bebida tanto inspiradora como perniciosa. La musa verde fue inmortalizada, por ejemplo, por Manet en “El bebedor de absinth”, Albert Maignan en “La Musa verde”, Degas en “El absinth” y por Pablo Picasso en otro “Bebedor de absinth” y más adelante en “Botella de Pernod con vaso”. Se dice que un día, el gran Vincent Van Gogh, después de pasar una tarde bebiendo ajenjo con su amigo y compañero de casa, Gauguin, se cortó el lóbulo de la oreja izquierda; acto seguido, lo puso en un sobre y se lo dio a una amiga. La historia cuenta que le dijo “guarda este objeto cuidadosamente”.



Picasso, El bebedor de absinth, 1901.

En la literatura, como había dicho antes, también ha tenido un impacto peculiar. El maestro Óscar Wilde escribió al respecto: “The first stage is like ordinary drinking, the second when you begin to see monstrous and cruel things, but if you can persevere you will enter in upon the third stage where you see things that you want to see, wonderful curious things”. Hemingway, por su parte, años después dijo: “... one cup of it took the place of the evening papers of all the old evenings in cafes, of all chestnut trees that would be in bloom now this month...” Otros artistas como Verlaine, Toulouse-Lautrec, Rimbaud, Baudelaire, Víctor Hugo, el mismo Gauguin, no quedaron exentos a la fantasía del la fée verte.



Manet, Bebedor de absinth, 1859. Van Gogh, Vaso de absinth y garrafa, 1885.

La manera tradicional de prepararse es muy sencilla. Se sirven aproximadamente 25 ml de absinth en un vaso de coctel; después, en una cuchara especial para absinth (en realidad se trata de una cuchara de plata pero puede ser en cualquier otra) se coloca un terrón de azúcar y se expone al fuego. Una vez derretida el azúcar, se le agrega al absinth y se llena el vaso con agua fría. Hay que tener cuidado, pues estamos hablando de, más menos, sesenta grados de alcohol. Dicho de otra manera: beberse una botella puede orillar a cortarnos una oreja y acaso algún otro miembro más querido.



Degas, El absinth, 1876.

Más adelante regresaré a mi experiencia personal con tan adictiva bebida y su eterno sino de amor-muerte (que para matizar no tiene nada que ver con haberme cercenado algo).



Albert Maignan, La musa verde, 1895.


CAS
Sucedió en el Virreyes

El Fuc se cagaba de risa de que un güey intentara fajarme. Como el principio de todo reventón con buena vibra es la tolerancia, yo trataba de explicarle a este carnal que no mamara (literal), que no me gustaba que güeyes desconocidos me agarraran las nalgas. El Fuc se retorcía. Pero cuando vio que perdí la paciencia y empecé a cerrar el puño encabritado, salió al quite. Entonces el chavo gay-pendejo se fue sobre él. Lo mismo: intento de violación mientras el Fuc le decía lo que yo. Tuvo menos paciencia. El problema fue que el Fuc estaba lo suficientemente alcoholizado para evitar que le partieran la madre. Entonces regresé por mis fueros. El güey ese agarró su corona de 330 ml del cuello y dijo órale cabrón; yo hice lo mismo pero con mi guama y contesté a ver de a cómo nos toca. La banda se abrió. Pero como los tipos de seguridad habían visto exactamente lo sucedido, llegaron prestos y se llevaron al increpador. Yo me quedé con mi guama en la mano mientras veía llegar al Fuc con otras dos más preguntando ¿dónde está, dónde está? Y aunque probablemente se hubiera armado la campal, me quedé con ganas de pegarle a ése. Al final, sólo lo vi cruzando la puerta del lugar, sacado a puntapiés por cinco compas de seguridad.

CAS