jueves, junio 26, 2003

Instantáneas del Defe I

Herencia de una tradición hierática, las calles y aceras mexicanas son subyugadas por un personaje de entendidas mañas: el güey del trapito. De trabajo arduo y pesado, el güey del trapito recorre veredas y senderos del defe y ubica con diestro tacto el lugar donde potencialmente se puede estacionar un coche. Entonces arma el changarro y contrata a un par de chalanes a los que, previa instrucción básica ("no dejes ir a ese cabrón sin que te dé varo"), pone a chambear en un diámetro que abarca un par de manzanas. La dinámica es muy sencilla: al llegar un auto ayuda a que quede bien estacionado; después, dependiendo de su cortesía, le abre la puerta al conductor. Acto seguido obtienen su recompensa: "Nada más lo molesto con veinte varos, joven". Lo más inteligente que se puede hacer es decirle: "Te los doy cuando salga", pues no sólo se paga menos que en un estacionamiento o dejárselo a un guarura-parking, sino que se sabe de antemano que el auto y cada una de sus piezas estarán en su lugar cuando uno regrese. También existen otras opciones, menos inteligentes por lo demás: "¿Y si no te los doy? La calle es de todos, mano". "Ya lo ha dicho usted: la calle es de todos. Si no quiere que le pase nada a su coche, pues ya sabe". Moraleja: la calle no es de todos. Otros, más finos, explican: "Pues ya sabe, joven, la patrulla nos pide mucho varo". Al final no hay nada que hacer, pues la mayor virtud de los güeyes del trapito es que todos son iguales físicamente. Y todos tienen trapito. En resumidas cuentas, son los amos y señores de la calle y puedo aventurar sin problemas que ganan tres veces lo que yo. Nunca es tarde para cambiar de oficio.

CAS

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