lunes, junio 16, 2003

Cualquier día lunes

Los lunes normalmente veo o a mi dentista o a mi barbero o a mi contador. Rara vez ocurre que tenga que verlos a los tres el mismo lunes. Y aunque pueda pensarse que en una escala tradicional de valores alguno de ellos esté por encima de otro, yo necesito a los tres por igual. No obstante, desde hoy he entendido que no puedo verlos a todos a la vez: es dañino. Las cosas estuvieron así: de 10.30 a 12 estuve con la dentista, quien me ve desde que tengo cinco años; aunque he intentado ir con otros odontólogos siempre regreso a ella. Puede sonar un poco extraño que vaya cotidianamente a la dentista pero es una cuestión de herencia: mi mamá lleva más o menos cuarenta años yendo y mi papá, aunque se vanagloriaba de buena mordida, los tenía chuecos y tuvo un diente de leche hasta el día de su muerte. En fin. La doctora dijo "vamos a a tomar impresiones de ese molar pero... ¡qué barbaridad, te estoy viendo una mancha negra en el diente de al lado: voy a tener que inyectarte otra vez". Acto seguido, me puso la suficiente anestesia para paralizar un buey tres minutos y, sobra decirlo, se me adormeció la mitad de la cara como nunca. Entonces, sin saberlo ni sentirlo, me mordí un cachete en franca inauguración de esa religión que al gran Nicoménicus la gustaría compartir, "comerse a sí mismo", y la doctora "¡Ay, pero si te mordiste, estás sangrado!, te voy a poner algodones en las encías para que no te muerdas". Bien, así salí yo de la dentista, con la boca llena de algodones y ahuyentando a la gente que pasaba a mi lado porque pensaba que tenía rabia. Llegué con el barbero con la boca cerrada para no espantarlo pero con la cara lo suficientemente abotagada para intuir que tenía un hamster adentro. Por supuesto que no la abrí y sólo lo saludé haciéndole el símbolo de amor y paz y luego una seña de pasarme unas tijeras por el cabello y otra de una navaja por la barba. El corte de pelo estuvo bien, lo difícil fue cuando comenzó a rasurarme: no sentí la navaja pero la escuchaba nítidamente: "crihsssssh". Entonces pensé que si este maestro tuviera ganas de hacerse unos tacos de cachete con el mío propio yo ni en cuenta, y si me convidaba me los hubiera echado sin pensar de nuevo en aquello de "cómete a ti mismo". He de confesarlo: es una de las peores sensaciones que he tenido. Bien, vayamos adelante. Ya con los algodones fuera y después de haberle dado una jugosa propina a mi barbero por haber dejado mi cara en su lugar, me dirigí al contador aún con el efecto de la anestesia. Lo primero que me dijo fue "Carlos, estamos en problemas". Estas frases de los contadores, abogados o notarios, es decir, aquellos mortales en los que uno coloca su vida legal, son las que justifican en este país otras como "Está mal que yo lo diga, pero...", "Con todo respeto, pero..." o "Sin ánimo de ofender, pero...". "Estamos" significa, en el lenguaje de estas egregias personas, "ya te llevó la chingada", aunque es mejor que utilicen ese plural, pues uno piensa de entrada que ellos se solidarizarán a la hora en que ambos estemos en un tête-à-tête tras las rejas. Yo tenía la mitad de la cara insensible y este ídem me decía que estábamos en problemas cuando él era precisamente el encargado de evitármelos. Aquí, por lo tanto, toda anestesia era inservible. "Bien, Martín, qué hacemos", pregunté ante su mirada indescifrable sobre mis mejillas. "Vengo del dentista", complementé para tranquilizarlo". "Ah, perdón, bueno. Mira, Carlos, las cosas estan así: [aquí viene la narración de mis conflictos hacendarios, que omitiré porque no voy a facilitar el trabajo de Hacienda para meterme a la cárcel]. Todo eso se resumía, por lo demás, a $$$$$$$. "No mames, Martín, pero si es un chingo", "Pues sí, Carlos pero hay que darle hasta a la concuña de Juan de las Pitas". Concedí. Recién llego a mi casa y estoy completamente sorprendido de la gente en la que uno pone su pellejo sin saberlo. Los peligros cotidianos se evitarán en la medida en que uno vea a estos caníbales esporádicamente. Lo cierto, sin embargo, es que les va bien. Por eso, y por una cuestión asimismo de common sense, no me resta más que hacer la siguiente pregunta: ¿alguna persona decente necesita a un escritor de planta?

CAS

No hay comentarios.: