sábado, junio 28, 2003

El Fuc y yo

Hace un par de meses cuando se fueron el Olis y Jermoc a Europa, pensé que la tranquilidad prefiguraría mi vida. Craso error: los amigos van y vienen de todas partes del mundo con la destreza de un perfecto aristócrata (bien lo había dicho ya el Olis: "El futuro es la aristocracia"). El único que quedaba era el Morc, que por suerte a la hora de los cocolazos alcohólicos serios es inofensivo. Y digo esto porque me gustaría ser como él: por principio nunca se queda en una casa ajena, cosa que, de entrada, evita que siga la borrachera al día siguiente. Mi problema lo expongo a continuación: el Fuc regresó de Holanda después de dos años en ese plano país. Cansado de beber sólo cerveza, a veces vino, y fumar hash como disoluto, al final no soportó la tentación de ingerir los tequilas de rigor a la semana. La revelación, por lo demás, tuvo que ver con una confrontación de facto con la fatalidad: en una isla del Mar del Norte, adonde había ido a pasar un fin de semana, le sorprendió que el mismo letrero apareciera en cada calle. "Cuidado con las focas", decía; a partir de eso, acostumbrado ahora a una fauna beatífica, padeció la considerable ausencia de focas en Ámsterdam. Tenía que tomar una determinación drástica. Un par de meses después le quedó claro que tenía que regresar. Reproduzco textual un correo suyo para que no quede lugar a dudas de que su decisión fue la adecuada:

Hablando de otra cosa, te mandó saludos el Heráclito. Se quedó cinco días y
la pasamos muy chido. Anda con una nínfula preciosa, aunque a veces
ligeramente irritante (debe ser la edad; la de ella, por supuesto). Una
noche, mientras veníamos de regreso de recoger un video, el Heráclito me
venía contando sus aventuras con los mecánicos griegos, y entre la grifa,
los ouzos y las carcajadas, sucumbí por fin al asfalto neerlandes: me rompí
la madre en la bicicleta. Bueno, nada más me arranqué un pedazo de dedo. Eso
sí, el salto fue espectacular (salieron de un bar a aplaudirme). Después de
comprobar que mis dientes seguían ahí y de soltar todas las maldiciones que
conozco, seguimos riéndonos de los mecánicos griegos y de mí. Sobre todo de mí.
En el camino tiramos la bicicleta. Gracias al incidente, los conceptos
"peatón en Ámsterdam" y "pulgar oponible" han adquirido un nuevo y profundo significado.


Esto sucedió paralelamente a que su asesor de doctorado se había destapado como un ferviente hincha del Arsenal inglés ("y yo que no sé un carajo de futbol", dijo el Fuc) y, sobre todo, a que se había decidido en ir a vivir a Australia ("de hoy en adelante deberé verlo en un lugar intermedio, algo así como Brasil").

Y no es extraño que le pasen estas cosas, pues el Fuc es el nada despreciable portador de un récord urbano antológico: la grúa se llevó su coche tres veces el mismo día; lo curioso es que las tres veces fue del mismo lugar. La primera ya lo habían enganchado pero alguien le dio el pitazo y lo resolvió con una corta de cincuenta varos; se subió al coche, dio una vuelta y lo puso en el mismo lugar. La segunda vez la grúa ya había avanzado una cuadra pero logró alcanzarla: una cifra similar y el inefable "Pues qué pasó joven, en qué quedamos". Nunca pensó, por supuesto, que la grúa fuera a regresar nuevamente a por su coche. Como ya no tenía varo, se subió al auto en la parte de atrás y dijo "Pues vámonos". Al día siguiente un golpeteo en su ventana lo despertó: había amanecido en el corralón.

Por otro lado, su virtud de impasible siempre ha hecho dudar constantemente de su persona. Un día estábamos en un parque de Atenas, chupando tranquilos con una banda de griegos. En ese entonces todavía no se llamaba Fuc sino Fac. Ocurrió, entonces, que se paró al baño. Acto seguido un muchachín griego me increpó haciéndose el chistoso y, obviamente, sacando a relucir su sapiencia acerca de Latinoamérica.

-¿Le dices Fac por las FARC de Colombia?

-¿Cómo supiste?

-Pues era obvio.

Le pedí que se acercara un poco y le dije en voz baja:

-Mira, mano: en efecto, perteneció a las FARC, pero es algo de lo que ya no le gusta hablar: se pondría como loco a golpear gente si se entera de que alguien lo ha descubierto. En su país es un terrorista muy buscado y por eso suele chupar tranquilo con banda desconocida y en lugares tan remotos como éste. Pero aunque normalmente traiga un cuchillo amarrado en la pantorrilla, si no se le molesta es un buen camarada.

El Fuc regresó de mear.

-Oye, ¿qué le pasa a ese güey? -me preguntó-. Hace ratito estaba platicando muy bien con él y ahora se ha alejado, no me sostiene la mirada y se me queda viendo las piernas de una manera muy extraña.

-No lo sé; seguro tu contundente presencia de doctorante lo intimida un poco.

Su nombre, por lo demás, siguió siendo objeto de confusiones. Una amiga italiana le preguntaba todo el tiempo "¿Por qué ese güey te dice Fart?"

Las razones, entonces, por las que estoy alarmado son obvias. Eso aunado a que compartimos un timing de vida muy similar (tenemos treinta años, somos solteros, estamos ante la crisis de la tesis del doctorado y jugamos a la ruleta rusa cada vez que no pasamos de un párrafo; además somos alcohólicos) y, aunque lo tratemos de practicar a conciencia, no existe en nuestro vocabulario el concepto existencial de "sólo una chela". La escena que derramó el vaso fue, a saber, el Fuc regando la basura de mi casa por todo el hall en busca de una colilla. Por nuestro bien hemos tratado en dejar de vernos; la cosa ha sido contraproducente, pues hemos inaugurado una nueva dinámica: chupar por teléfono.

CAS




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