martes, junio 17, 2003

El boxeador y la báscula

En un deporte en el que la supervivencia se busca en cada subida al ring, estos dignos exponentes de la existencia humana se juegan mucho más que una cadena de oro con su nombre en cada round: la pelea inicial es con su propio cuerpo. El peso es el rival menos deseado por un boxeador. Es por todos sabido que el pugilismo se divide en divisiones y en muchas de ellas la diferencia es a veces de un par de kilos. Si uno no está en el rango exigido, sobra decirlo, no puede subir al ring. Hasta hace algunos años, la ceremonia del pesaje era el mismo día de la pelea; ahora es 24 horas antes, lo cual le da un poco de respiro al boxeador, pues no padece los estragos de tratar alcanzar desesperadamente el límite instantes antes de la primera campanada. Estrategias hay muchas. Como se pesan con calzoncillos, si la diferencia es de algunos gramos y estamos ante un exhibicionista, basta con que se los quite para alcanzar el peso. Pero hay muchas otras maniobras que los viejos managers conocían perfectamente. Algunos, los más sobrios, llevaban a sus muchachos al vapor o al sauna; si veían que no funcionaba, no dudaban un instante en pasar a la siguiente táctica: "A ver, cabrón, ponte a escupir en esta cubeta". Había también los fieros, ésos que arriesgaban sin piedad el físico de su pupilo, pensando sólo en la bolsa que recibirían por el combate: les sacaban un litro y hasta litro y medio de sangre antes del pesaje; después de éste se lo volvían a poner. Ignoro si esta estratagema se realice hoy en día, pero si algo sigue existiendo en la actualidad es aquella frase mítica que todo boxeador mantiene como dogma de fe después de una victoria: "Todo se lo debo a mi manager".

CAS

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