martes, agosto 12, 2003

Me acabo de encontrar este texto inconcluso que escribí hace como siete años. Sin duda eran tiempos difíciles.

Cualquier noche de viernes

Tengo ante mí un libro que se llama El henequén en Yucatán; de hecho lo estoy viendo de lado, no porque el libro esté mal acomodado sino porque estoy literalmente con los pies sobre la pared y la espalda a cuarenta y cinco grados del piso. Estoy tratando de hacer unas abdominales mientras me llaman por teléfono. Ya sé que lo había jurado, pero ahora es diferente: no se trata más del famoso esclavismo al aparato. No. Ahora es uno de esos momentos en los que uno quiere flagelar a la blasfema mujer que osa faltarle el respeto a uno. Pero si uno ve un libro como El henequén en Yucatán entonces es reconfortante saber que a otras personas les queda un suplicio mayor al tener que leer un mamotreto similar. No es mío el libro: estoy en una casa que no es mía que me dejaron desde hace año y medio. Es de un economista y su biblioteca es como la de un economista. Y para evitar la angustia el sentido común me invita a recapitular. Para empezar descifraré aquello que escribí en mi diario tres meses después de haberlo empezado. Llevo un par de páginas escritas. A veces como que me altero porque parece que no tengo qué decir. Normalmente no parece sino que en realidad no se me ocurre nada. Reproduzco textual (claro que la textualidad invita a la intertextualidad y, por consiguiente, a la autorreferencia, y si escribe con unos tequilas adentro seguramente no le entenderá ni a su propia letra. Como el encanto femenino suele tener cierto impacto en mi persona traduciéndolo en pudor, sustituiré el nombre de la susodicha por B, letra que el lector puede interpretar de inmediato y por convención como "buena", "bonita" o "bodrio"): 29 de junio de 1996. Fue demasiado raro. He de ser sincero y debo confesar que estoy algo borracho. Pero no importa los hechos serán los mismos eternamente. Llegué a su casa y nos quedamos un rato platicando (hubiera querido que fuera toda la noche en ese lugar)... lo demás resulta ilegible.

Y sin embargo, era B una mujer de fortaleza encantadora y extraña sumisión a la vez; de sangre visceral, de ésas a las que no le da tiempo siquiera de pensar si está enojada cuando uno ya lo confirma al recibir un preciso volado de izquierda en la parte más atractiva de su pómulo. Una mujer fascinante. Me tocó en cierta ocasión observar cómo le escupía y mentaba la madre a un limpiador de vidrios al que le había dicho que no tocara su parabrisas porque si no le rompería la madre. Juro que esas fueron sus palabras textuales. Como era de suponerse, el chavito la retó a que se bajara y no tuve otra que sujetarla para que no lo hiciera (ya había abierto la puerta) y poner mi pie sobre el suyo que estaba en el acelerador, para salir como trueno de esa esquina, pues ya estaban acerándose varios limpiaparabrisas y no precisamente era para hacernos un precio especial en el lavado completo del coche. El que recibió una bofetada después fui yo, por no haberla dejado "madrear a ese güey" y haberle ensuciado la punta del zapato.

En la página 181 del libro El henequén en Yucatán coordinado por Eric Villanueva Mukul se lee: "Tratando de salvar estas dificultades, cabe insistir en quienes son considerados como pequeños propietarios a fin de diferenciarlos más nítidamente de los parcelarios y de lograr un acercamiento de mayor objetividad a lo que cuantitativamente representan". Contextualicemos y prestémonos un momento al análisis: 1) el coordinador, por necesidad, debe de tener antecedentes mayas en no más allá de una segunda generación, 2) la redacción de los economistas es tan buena y sus tecnicismos tan profundos que están completamente fuera del alcance de un individuo terrenal como un servidor, 3) trasladando la situación a lo que nos interesa tendríamos que la dificultades son las mujeres; un pequeño propietario es aquél al que le pertenecen ya sea los senos de la susodicha o, en su defecto, los glúteos; el parcelario tiene derecho a trabajar la misma región pero con menores atribuciones, esto es, quizás la parte septentrional de una nalga o el contorno del seno derecho (esto depende del tamaño); la objetividad tiene que ver con el placer sexual y lo cuantitativo con el número de orgasmos que se tengan. Sigo esperado el telefonazo de B y El henequén en Yucatán amenaza con seguir ahí.

Dedicarle un libro a una mujer puede resultar contraproducente, sobre todo cuando el autor es uno mismo. El peor error que uno puede cometer es incluir en los agradecimientos de su tesis de licenciatura a la mujer con la que uno pasó los últimos tres años para que tres días después de la impresión de la tesis, un amigo le diga: "Es mi deber decirte algo. Tu mujer [con perdón de las feministas, pero el amigo práctica la misoginia siete días a la semana] sale con otro cabrón. Y no sólo eso sino que bailan salsa, se besan entre una multitud que también se besa y saliendo de ahí no van a jugar precisamente a la matatena". Cuál es el problema en este caso. Muy sencillo. El libro estará en la biblioteca de la universidad y, si uno mandó imprimir cincuenta ejemplares aproximadamente, lo tendrán cien manos también. Si la dedicatoria dice "a B", el lector pensará por lógica extensión en un principio alfabético; si uno escribe "para B", es posible que la interpretación tenga mayor fortuna: el lector inferirá que esta letra es la principal en el texto, acupando aproximadamente un ochenta por ciento de la extensión total y pensará que pudo haber quedado mejor "gracias a la B"; pero si ese pudor malsano y esquizofrénico transgrede las barreras monogramáticas y uno se atreve a escribir el nombre completo de B en la dedicatoria, es viable suponer una actitud de abierto y descarado masoquismo, y lo peor, un decidido y embrionario sentido de pertenencia y la burla descarnada desde los amigos hasta del sobrino de un año que su primera repetición de sílabas para formar palabras es ja-ja.

Son casi las ocho de la noche y el teléfono sigue en silencio. Ya hice las abdominales, también las nostálgicas lagartijas (por lo del ascenso-descenso, claro) y los autollamados "fondos", para desarrollar los triceps. Y quisiera que sonara este teléfono ahora que tengo. En seis meses llegará el economista con su hijo también economista y me correrá de su casa con biblioteca de economista. Así que tendré que conseguir un trabajo decente, de preferencia que no sea en Yucatán y que no tenga nada que ver con el henequén. Hay tres opciones:

1.- Dar talleres literarios para señoras de Polanco
2.- Escribir editoriales para un periódico con el que políticamente no estoy de acuerdo.
3.- Ser guionista de telenovelas para conocido consorcio cuyo dueño es "forbiano" (de los cien de Forbes dirían otros).


NOTA a posteriori del amanuense: "Me salvé".

CAS

No hay comentarios.: